domingo, 21 de julio de 2013

OJOS NEGROS TRISTES


          Las líneas verticales, se dibujaban en el panorama, cuando las gotas en caída libre se chocaban con las hojas de los árboles, el aguacero constante arremetía junto a las ramas del bosque de los cipreses, en un templado día de primavera..
          A través de una pequeña ventana, una niña de grandes ojos negros tristes, miraba el escenario, con el vapor de su respiración opacaba el vidrio donde recostaba la boca, hincada sobre un taburete contemplaba la naturaleza exterior, con una mano se agarraba  se sostenía del marco, mientras que con la otra dibujaba caritas sobre las muestras de vaho. Un relámpago precedido de un profundo trueno rompió el silencio de la habitación dentro del compás de la lluvia que rebotaba en el tejado.

          Encerrada en su castillo de adobe y lepa, recurre a sus pensamientos para armar sus fantasías en el transcurso de su solitaria vida, se pone a arrullar a su muñeca de largas trenzas hechas de madeja de lana negra a la que le falta una pierna, su rasgado vestido se detiene con un amarre en el cuello, ella se comporta como que fuera una madre en su cuidado, desde envolverla en un pañuelo, hasta mostrarle un imaginario biberón que lo sacude en su pintada boca, para insinuar que la amamanta.
          Ensimismada se acurrucaba en su cama, donde para sopesar el frío se cubría con una sábana de pitas que le dejaba descubiertos los pies. Los agujeros en sus calcetas mostraban los dedos y las uñas, los cuales escondía apretándolos con sus manos o halándose el tejido del escarpín doblándolo sobre si mismo.
          Por debajo de la puerta alguien le ha dejado un plato con un rancio caldo y el trozo de una papa, lo que parece ser su única comida del día, lo recoge, colocándolo en una mesita donde esta un cabo de candela a medio derretir, los pedazos tiesos de un pan, de donde corren despavoridas un par de cucarachas que hacen su comilona, sin mucho protocolo, haciendo una cara de desagrado, se empina el trasto para beber el líquido y luego se sienta a masticar el resto del menú. Pasa entonces, su brazo cubierto con la manga de un maltrecho suéter para limpiarse los labios y luego escupe la cáscara de la verdura.
          Han pasado unas cuantas semanas que ella no la dejan salir al patio, el castigo se lo han hecho eterno, desde que el padrastro la enclaustró, por el abandono de su madre, los pensamientos y las lágrimas se han vuelto recuerdos, los vestigios del maltrato se han evidenciado en moretones a lo largo de su cuerpecito a sus escasos 11 años.
          Chorreada como quien desconoce el baño, se recuesta en el piso, a jugar tierra, hace caso omiso de su entorno, mientras sus pensamientos se hacen sordos, quizás con la esperanza de que algún día reaparezca su madre, para que la saque de su encierro. Las únicas voces que logra percibir son las de la mujer que le reparte el rancho por las tardes, la otra de su padrastro, quien la maldice cada vez que se acerca a la puerta a tirarle la cazuela de la comida.
          En las hojas de un viejo calendario y con el cabo de un lápiz mordido del borrador, ha pintado las nubes de un cielo propio, con ángeles, pajarillos y la ternura de un rostro de una adolescente a quien le han limpiado las lágrimas, con el círculo de un radiante sol con cara de sonrisa. Todo es belleza, en listones conmemorativos que proyectan en su mente la pintura milagrosa de una casa rodeada de flores, en blanco y negro que marcan su espíritu de la desventura.
          En el transcurso de las noches a veces despierta, sus grandes ojos negros de la que sombrean las ojeras, permanecen inmóviles fijos en el techo de teja, donde imagina pequeñas mariposas que se dan a la tarea de sobrevolar sus pensamientos, con el dedo índice se pone a dibujar en el aire las figuras de una mujer que llega hasta su cama con cumplidos regalos, engalanadas cajas de figuras de colores, exuberantes ramos de flores con enorme pastel de chocolate que le brilla en 11 velitas de cumpleaños. Se saborea, tras embadurnar su dedo en el rico adorno de crema de su deseo,  el dedo gordo  termina dentro de la boca que la hace adormecerse, con una sonrisa de tranquilidad.
          Un sobresalto de sorpresa le despierta, al escuchar la caída de un pesado cuerpo en el cuarto consigo, una discusión agreste se produce con el incesante tronido de golpes que sacuden las paredes de madera de su habitación, cándida de miedo se esconde entre sus chamarras, mientras el pleito se hace silencioso, lleno de quejas y sollozos. El ogro se hizo presente, la concubina se ensaña, reclamando miles de cosas entre tantas, el cuidado de la niña prisionera, pero un bofetón la hace callar y todo vuelve a la normalidad en el trascurso de un llanto.
          Los gallos han anunciado un día con abundante sol, los nubarrones de cielo encapotado han volado hasta las montañas y la silbatina del campo se deja escuchar como un concierto de primavera. La niña se asoma en las rendijas de la puerta, con el fin de observar el panorama del patio de la casa que permanece quieto. Una sombra se interpone a su vista y el ruido del picaporte la hace regresar y esconderse debajo de su camastrón encapotado por un petate.
          El hombre de agria figura, calzado en botas de hule hace su ingreso, con un gran vozarrón, conmina a la niña a presentarse so pena de castigo, envalentonado sacude la mesa, lanzando las cosas al suelo, lo que obliga a la jovencita a abandonar su escondite, se planta temblorosa a los pies del fulano, quien la recibe con un cuerazo del cincho que lleva en mano. Ella se reciente y cae al suelo, apenas se queja, ya no traspira mas que odio por los castigos, por lo que ya no se levanta. En actitud de capataz y con las manos empuñadas en la cintura, le lanza senda patada.
---Ya ves, pedazo de…, esa que dice ser tu madre, no se anima a asomarse ha este lugar a recogerte y saldar cuentas conmigo.---
          La niña únicamente le mira, con sus grandes ojos negros y tristes, que llenan de compasión, más con el sufrimiento a flor de piel dentro de su silencio.
--- La P… esa no solo me abandonó por otro, se guevió mi pisto y encima te dejó de prenda, como si fueras ganga… Eso si, sin en un tiempo no se aparece, te hago negocio, yo se de alguien que me dará buena plata por ti.---
          Ella se levanta y tomando su muñeca con la mano, se compadece de si misma y en resistencia pasiva se sienta a al orilla de la cama a arrullarla.---
--- ¡Tu mama si te quiere! --- es la cantaleta que repite sin levantar la vista --- ¡Tu mama si te quiere!---
El hombre se le aproxima y de un manotazo le bota la muñeca, que se estrella en el suelo, profiriéndole insultos y amenazas.
   
          Año y medio después.
          A través de una pequeña ventana, la jovencita de ojos negros tristes, y grandes hoy contempla acongojada el escenario del horizonte de la campiña, los golpes recibidos y la violencia del pasado, aun le manchan de morado la conciencia. Imagina detrás de unas lágrimas, el concierto armónico de la naturaleza, que nunca le hace sonreír.
          Con un vestido corto de listón rojo a sus espaldas, enseña su calzoncito de vuelos rosados, zapatos negros, sin calcetas, que le dan una imagen diferente de mujer,  madurada por la vida. Salta desde la banca que la acerca a la ventana, su nuevo pedestal, se acerca hasta la cuna, donde recoge su actual muñeca, bebé de carne y hueso,  a la que arrulla, envuelta en pañales y mantilla la acomoda entre sus brazos para ofertarle una pacha, antes de que llore.
--- ¡Tu mama si te quiere! --- es la cantaleta que repite sin levantar la vista --- ¡Tu mama si te quiere!---
          La pequeñita recién nacida  llora ante la impaciencia de la joven madre, que no hace mas que cantar.
--- ¡Tu mama si te quiere! --- canta con una pena, congoja que le duele dentro de su pecado de ignorancia --- ¡Tu mama si te quiere!--- Lo que no se es que si tu papa, te quiere!---


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