domingo, 14 de julio de 2013

LA HISTORIA DE MIS MUSAS (PARTE 4)



          Donde recogí mis fuentes de cristalina imaginaria, no lo sé! Un legado de mis ancestros?, cuanto mas de mis amigos y parientes, algunos de consanguinidad, otros de afinidad como José Blamides, que le dio un toque conciencia a mis garabatos iniciales. Todos me empujaron para envolverme en esta libertaria profesión, de ideas, de lucha, de escritura naciente, una manera cimarrona de expresarse, sin recibir lineamientos, ni educación, sin gratificación más que del alma, simplemente influenciada por las lecturas y creo que con una muy buena fuente de inspiración, las musas.
          Ocupando mis espacios libres en el intermedio de mis trabajos, levantándome después de un sueño de pesadilla, urgía de un pedazo de papel y un lapicero para no dejar escapar las historietas imaginadas, sentado en la butaca de un avión, en las arenas negras de la playa, renovando la piel con las quemadas de sol y rodeado de cientos de bichos que me interrumpían con certeros piquetazos. Metido en la sala de un hospital en espera de las cigüeñas, donde recordaba mis experiencias en el área rural y de las enseñanzas de mis maestros en el arte de la maternidad.
          Mirando a la distancia el imponente volcán de agua, en los campos, nacieron las historias de las inditas de mi tierra, con sus trajes de colores y lo típico de sus mercados. Las que en febril carrera carroceaban los cántaros en la cabeza y envuelto en un herraje, un niño que apenas enseña su cabeza, tras el hombro de su madre. La estampa de las pilonas donde se hacen los lavaderos con los huipiles, en el chapoteo que salpican con el jabón de coche, enjambre de muchachitos que juegan en los alrededores del lugar, apegándose a la falda de  corte de las nanas, que buscan su protección cuando tras una caída lloran y moquean la ropa.
          Las casitas un tanto de madera, donde se escuchan cuando aplauden al echar las tortillas y el humo de la leña trasuda por las tejas del techo, mientras la llovizna se hace presente en los días que usualmente son fríos. Las gallinas recorren los patios, cuando en alharaca proponen la postura de un huevo, los blancos patos las saludan estirando sus cuellos cuando se acercan a los charcos donde revuelven el lodo para sacar gusanitos.
          En los campos los marchantes se agazapan para la recogida de los almácigos de rábano, las exuberantes zanahorias, que anaranjadas son hateadas en las maletas de sacos de brin para enviarlas al mercado. La fértil tierra que huele a campo, donde los paisajes en alguna oportunidad fueron manchados de sangre por las revueltas, masacres de ambos bandos en la asolada incomprensión del socialismo.
          Historias de guerrilleros inconformes, de nativas obligadas a satisfacer los malos instintos de esbirros vestidos de verde olivo que abusaban de cuanta mujer que caían en sus asaltos. Niños que no comprendía porque sus tatas eran rociados con balas en nombre de la patria, enterrados a granel en cementerios que de pronto eran clandestinos, formando a futuro parte de la memoria histórica de un desangrado pueblo indiano del altiplano.
          Allí estaban mis plegarias, junto a las voces de remembranzas de las musas, que no permitía que me olvidara de ese trozo de historia cobarde, que asoló las comunidades.
          Paso a decir, de mis predilectas son las narrativas de casas embrujadas, los muertos y aparecidos, que se encuentran con el manto de la muerte, dejando espíritus que se niegan a abandonar esta vida, ha veces sin una despedida, para mostrar a algún deudo alguna vivencia que les de pendientes les haga reflexionar. Atreverse a pensar que existe un mas allá, detrás de una puerta, como el limbo, que resguarda a los espíritus antes de desaparecer en el infinito. Camposantos que en lugar de ser lugares tranquilos y de reposo, se tornan por las noches en un club de emocionadas almas que conviven con esqueletos, entes no de carne y hueso, que abandonan sus nichos para disfrutar de sus chabacanerías en el borde del purgatorio. Los mas juguetones abandonan sus ataúdes para trasladarse hasta donde se encuentran los deudos para soplarle como aparecidos y darles un mensaje de escalofriante miedo.
          Ha veces pensar no es suficiente, rascarse la cabeza, a menos que sea por cacarañicaras, le ebciende la luz de una sátira, de una novela de princesas adormecidas en el castigo de una torre, de un antiguo y salobre castillo, que es custodiado por aves de rapiña, dragones amenazantes que atizan con su aliento de fuego, quemando los campos que circundan la montaña del maléfico monarca. Espadas mitológicas que son blandidas por paladines que se ven protegidos por los magos del bien, cuyos talismanes son escudo contra los lenguazos de fuego de la bestia.
          Ballestas y catapultas que arremeten desde los benditos campos de los ejércitos de los cruzados, donde los templarios después de contrarrestar a los  musulmanes, hijos de Alá, regresaron a sus reinos extendidos en la Europa medioeval. Arturo y sus caballeros de la mesa redonda resguardaron su isla Britania de las nuevas conquistas. En su retirada los del Islam, fincaron colonias en la península Ibérica, con sus monumentos como la giralda en Sevilla, la Alambra, otras edificaciones como la Serranía de la Ronda Musulmana en el extremo sur junto al estrecho de Gibraltar, a un pasito del continente Africano de lo que hoy se conoce como Marruecos. Allí donde los descendientes del Islam, se corrieron como inmigrantes furtivos hacia los puertos de Cádiz, sobre el Atlántico, con el espíritu aventurero se lanzaron hacia la América. Upa! de pronto el apellido viene de por allí, con la venia de las musas.
          Volviendo al presente mis encuentros con el deporte de los nietos, que en algún momento formaron parte de mi formación, en el Inglés Americano, patojo de 10-12 años, con uniforme de franela, a quien ponían a disfrutar de la pelota, en los campeonatos Inter colegiales, donde por la poca habilidad del entrenador, nunca pasamos de sope a gavilán, víctimas constantes de aguerrida novena Santa Apolonia, de los hijos de los dentistas, Gálvez y Bocaletti.  Luego con los hijos, excelente peloteros que dieron su do de pecho en los equipos Astros años 78-83, con cumplidas ascensiones a la liga mayor en equipos como Susertex, Opticas América y Municipal. En la actualidad dos nietos que han representado a nuestro país en los campeonatos Latinoamericanos en Puerto Rico y Panamá.
          Encontrando jocosas anécdotas como, con Juanito, con tan solo 9 años, sin mayor experiencia suple al catcher, en Boca del Río, Veracruz, México. Algo que le sirvió como estímulo para convertirse en el mejor receptor de su categoría en los siguientes años. El mayor, genio y figura de su padre, en el campo corto,  convirtiéndose en uno de los mejores bateadores de su categoría.
          Vaya si no he disfrutado de estas cosas deportivas, que con un poco de sal y pimiento he plasmado en las crónicas, los dimes, diretes y chanzas de lo que se maneja dentro de las dirigencias deportivas, donde hay que ser cuate o pariente de los dirigentes para formar filas de los contingentes que viajan a los torneos, o tener plata para costearse sus propios gastos, hasta llegar a hacer coperechas para que alguno de los entrenadores viaje en nombre de la liga, porque la Fedebeis apenas aporta, a menos que se trate de algún dirigente departamental que no sabe ni papa de beis bol, a quien si le pagan todo, viáticos, viaje etc. Con tal que comprometa su voto con la dirigencia que va en búsqueda de manosear los destinos del deporte, muchos encapsulados en  reelecciones de junta directiva.
          Como esta es una crítica, que pocos leen porque no les conviene, menos que le pongan coco, se vuelven palabras que se lleva el viento, entonces volvamos a los imaginarios de seguir, pensando y escribiendo las genialidades que se me viene a la mente, que entonces le echamos el muerto a las señoras que nos ponen las ideas en la cabeza, con colochos y sin máscaras, digo entonces las hadas madrinas, las musas.   

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