Al
final de una vereda encaminada con grandes árboles, de ramas gruesas y callados
movimientos, se encontraba un claro en medio del bosque, espacio marcado por una
joya rodeada de arbustos llenos de frutos de la zarzamora, acomodados con
flores de Agapanto morado lila, que le daban una belleza sin par. Allí las
ruinas de una construcción, que en alguna oportunidad fue la vivienda de familias
de leñadores que fincados en la región, se mantenía alejados del bullicio de la
población. La casa emergía en las faldas de una montaña, añeja como el tiempo,
abandonada a las visitas de los exploradores caminantes que alguna vez, osaban
pasar en su camino a surtían sus recipientes de la fresca agua, en las fuentes
maravillosa y en el añejo pozo.
Este
se encontraba reclinado en una ladera de la montaña, forrado de musgos, unos
cuantos varejones ocultos con hojas de helecho que se encontraba en los
alrededores del pozo cuyo brocal de paredes rocosas se sostenía con dos trozas
carcomidas por la vejez. Los ganchos en forma de horqueta se unían a través de
una polea que rechinaba, cuando la garrocha se movilizaba por las ráfagas del
viento y, cuando el lazo que se enroscaba en la cúpula, pendía como badajo de
campana al mecerse en su interior, mientras sostenía una cubeta de madera.
El
agua a no mas de tres brazadas reflejaba como escudo de plata, las tonalidades
del cielo y las pasajeras nubes, que huían hacia el sur empujadas por el aire,
curiosa semblanza que por las noches los destellos de la luna se veían como
espejo en la profundidad del pozo.
En
la compañía de las aves que de brinco en brinco dejaban circular sus trinos en
la soledad de los restos de la destruida construcción, mantenida únicamente por
la estructura piramidal de una chimenea, que aun permanecía ennegrecida a puro
hollín de fogaratas del pasado. Polvo, ceniza y tierra era la combinación de lo
que quedaba de la semblanza de la fogata.
A
la distancia se dejaba escuchar el rumor de una caída de agua que salpicaba
sobre las rocas, chapoteando en una pequeña poza que se formaba a sus
pies, mientras tanto los coyote que
anunciaban su presencia con sus aullidos, se recorrían como el eco, por las
cañadas del húmedo bosque.
Las
sombras del vaho se destapan y se levantan al infinito, cuando el calor del
interior de la montaña se hace crudo, los rayos del sol evaporan las gotas del
rocío que permanece colgado de las hojas tiernas y a ras del suelo, donde
deambula un ejército de hormigas que transportan hojas de diversos colores y
tamaño, en fila india, forman una línea que ordenadamente cargan en peso, toda
clase de broza para depositar en el nido escondidos en las raíces de los
helechos, donde protegen a las nuevas generaciones.
A
inmediaciones recorren en una pequeña vereda, un par de perros, que con la
lengua de fuera suspiraban del esfuerzo que les causaba abrirle el paso a su
amo, quien con machete al cinto y un rifle, de cañón algo oxidado, hacían la
ronda de la cacería, por los senderos del claro de la arboleda, donde se encontraban
las ruinas de la casucha. Caminando con sigilo se acercaron hasta llegar hasta
el centro donde en alguna oportunidad existió una habitación, frente al alón
del caído tejado que descansaba sobre la pared del pasadizo de la entrada.
Los
perros ladraban y correteaban desaforados tras alguna alimaña que se les había
atravesado en su camino, permaneciendo atentos en su carrera cuando la presa
lograba desaparecer debajo de los destrozos y maderas que reposaban pudriéndose
por el paso del tiempo.
El
cazador limpió unas trozas y apiló unos ladrillos para procurarse un sitio para
descansar y tomar su bastimento, de su mochila sacó unos panes, una jarrilla de
hojalata, un par de huevos endurecidos y un rimero de tortillas, en el suelo
juntó unas piedras y con algunas ramas y rajas de ocote encendió el fuego.
Frente
a él, se mostraba el pozo, se acercó y de un solo empujón, lanzó la cubeta
hasta el fondo, al chasquido del agua muestra que ya hizo contacto, se asoma y
ve al fondo además del reflejo de su cabeza, observa una imagen de alguien que
se encuentra a la par, lo que hace es levantar
la cabeza, no ve a nadie a su alrededor. Repite la operación y efectivamente se
ve una cabellera de mujer que se encuentra frente a él, justo en el brocal, se altera
pero se ve solitario, con los nervios de punta, extrae la cubeta sin ver hacia el
fondo, vierte el agua en la jarrilla, se detiene mira a sus alrededores pero no
logra observar nada ni a nadie Encoge
sus hombros y regresa a su fogata...
Acomoda
la jarrilla en el fogarón y mientras coloca en las brazas unas tortillas, respinga
y se extraña que los perros que se encuentran echados a su diestra, se
levantan, ladran y le gruñen,
instintivamente, él se voltéa y señalando con la luz de un leño hacia donde se
encuentra el pozo, observa una mujer que se le acerca caminando. Toma con su
mano la cacha del machete, sin blandirlo, mientras los perros salen corriendo despavoridos
a la proximidad de la presencia.
Ella
se detiene frente al joven, mientras un halo de calofríos le recorren el cuerpo
y como la tarde ya daba sus señales de convertirse en penumbra y dejar pasar la
noche, el ambiente se le saturo de una sensación de miedo, no pudo
incorporarse, entonces se acurrucó junto a la fogata, escondiendo la cabeza
entre sus rodillas, soltó el sombrero que rodó a los pies de la dama...
--- Que es lo que haces en estos
parajes perdidos--- inquirió ella.
--- Andamos…, digo ando de
cacería--- tomando algo de valor--- Y tú que haces aquí?.---
---Yo!. Aquí es donde me encuentro,
estoy a cargo de cuidar el pozo.---
--- ¿Cuidar el pozo?, no lo
entiendo…---
---Acaso tú no sabes que este es el
pozo mágico de los deseos… todas las personas que beben de su agua, pueden
pedir un deseo y si eres de buen corazón se te concede. Además de la vida eterna
que te brinda.---
--- Tan solo así!---
--- Debes de cumplir con algo, si
eres el afortunado.---
--- Que tendría yo que hacer para
este merecimiento.---
--- Tendrías que venir a visitarme por
lo menos una vez cada año, o quedarte a cuidar el pozo, junto a mi…
--- Y si no fuera así. Si al caso yo
no deseara hacerlo…
---No podrías marcharte de este
lugar, cargarías con la congoja de no haberme liberado de esta condena. Y yo
que soy el alma del pozo te obligaría a permanecer en este lugar, en cambio si
eres condescendiente te podría dar todo cuanto desearas, al quedarte conmigo, cuidaríamos
el lugar, sería nuestro palacio de amor….---
No
muy conforme el joven insistió en permanecer sentado, mientras la dama insistía
en llevarle hasta la orilla del brocal, donde le indicaba que podría ver
reflejados en el agua todos los tesoros y grandes cosas que ella le podía dar.
Una
bella melodía se escucho proveniente de los alrededores, que la mujer, utilizó
para atraer al cazador, quien se encontraba hipnotizado, se levantó como un
zombi y con las manos adelante se dirigió hasta donde ella se encontraba, mas
que atraído por la belleza, la cantaleta le cegaba la mente. Al llegar hasta la
orilla, ella se le abalanzó y le abrazó con gran fuerza e hizo el intento de lanzarlo
dentro del pozo.
En
ese momento uno de sus perros, se lanzó sobre la pareja, botando a su amo, él
cayó de bruces, pesadamente, recibiendo un golpe en la cabeza. Cuando volvió en
si y se percató de lo sucedido, la joven desapareció.
Tomó
sus cosas, la jarrilla que se encontraba hirviendo junto a las brazas, la
volteó para apagar el fuego, comentó en voz baja.
---Upa, que salvada, sino es por el
chucho, no se que me hubiera pasado…Menos mal que de verdad no había probado el
agua. Esos espíritus chocarreros se le presentan a uno y están dispuestos a
acabar con uno. Al fin y al cabo no tenía ningún deseo. Lo único es que ojalá tenga
algo de cazar en el retorno.--- Se encasquetó su lámpara en la frente, revisó
su rifle y dio marcha.
--- Vamos Sultán…, vamos Canelo, hay
que regresar a casa---
En
el fondo del pozo, el alma de la mujer, se muestra encolerizada por haber
perdido a una víctima. Dicen que en el fondo hay muchos hombres que sucumbieron
a sus peticiones. Ahora condenados lloran su desventura.
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