domingo, 14 de julio de 2013

LA HISTORIA DE MIS MUSAS (PARTE 2)


          Allí me encontraba sentado en las rocas mas altas, observando la inmensidad del mar, cubierto con no mas de una camiseta, con sombrero de paja y toalla de brillantes dibujos, pero dentro de mi iniciativa, me gustaba recibir el aire que sopla, un tanto cálido de brisa de gaviotas. Quizás eso me ayudaba a meditar, imaginaba que de pronto una carabela se enseñaba en el horizonte y entre tumbos se apresuraba a alcanzar la playa, junto a bancos de arena, donde permanecía esperando la inspiración con catalejos de los visitantes conquistadores de historias que sembraban sus banderas para tomar posesión de las tierras a nombre de un monarca allá al otro lado del océano, de paladines que vienen con buenas nuevas, pólvora y cañones habidos de poder, descubriendo criollos con colgantes de jade y piezas del metal precioso. Los cánticos y dioses del mas allá del país de los sueños. Las imágenes musicales de la llegada de otras embarcaciones de mástiles y velas que  cubiertas con bellas damiselas, de origen morisco, danzantes féminas en búsqueda de notables aventuras, llevadas en esclavitud a cruzar los océanos.
          Me pasaba largas horas en el espacio de mi mente, recolectando los soplos de inspiración, los consejos de las musas, que me hacían sentir el estimulo de imaginar historias de piratas sanguinarios, personajes de pata de palo con un parche sobre alguno de sus ojos, bandidos con sables en mano asaltando los poblados, apoderándose en poesía todo cuanto tenían, armando sendas bacanales con los habitantes criollos, en medio de las borracheras, aprovechaban violando a sus mujeres.
          También pensaba en el advenimiento de un corsario que convertido en un salvador, héroe anónimo, que se encargaba de combatir y mandar al exilio a los malévolos demonios del mar. Pródigo que de las manos de los dioses abanderaba las costas, cuando era recibido como rey y adornado de collares de flores y colmado de tesoros de manos de princesas liberadas.
          En la siguiente hoja escribía, la presencia de una expedición que inmersa en la maleza justo en medio de los mansos bosques, viajaba en búsqueda de enormes fieras con colmillos de sable, o de prehistóricos animales que asolaban con sus gritos las sabanas, donde como depredadores atacaban a cuanto se movía en sus dominios. Los hombres vestidos de verde musgo, con sombreros sólidos amarrados con correa a la barbilla, cazadores con armas de grueso calibre, que se apostaban en los zanjones, en búsqueda de una pieza que satisficiera su delirio de matar. De ellos muchos sorprendidos por las mismas presas, que los hacía huir despavoridos cuando de cazadores pasaban a sentirse trofeos de caza.
          Entrada la tarde, cuando los celajes se pintaban en el firmamento y las aves anunciaban la llegada de la penumbra, cerrando la instancia de los últimos rayos del sol, dejé mi instinto y retorné por las veredas arenosas sembradas de secos montes, que me servían de guía hasta las casuchas de la aldea. Con las fachadas pintadas de blanco, construcciones hechas de pajón y arcilla, que se apostaban en una joya apartada, con mantos de flores de jardín en un libro abierto.
          Encendí en la estufa, lugar de la cocina, con los leños que se adormecen en un espacio, arrimando la jarilla donde preparé el café y calentaba un recipiente con la comida de diario, destapando la hogaza de pan envueltas en una servilleta, para que no se endureciera tanto que no le pudiera hincar el diente. Y me sentaba a escribir.
          Junto al camastrón de dormir, sobre la mesa que me sirve de comedero, de escritorio y a veces hasta lugar de descanso, mantengo un buen paquete de hojas a las que les he hecho un agujero en su esquina superior izquierda, le he puesto un pedazo de cáñamo para mantenerlas ordenadas y en secuencia, mi cuaderno. Es mi campo de trabajo, mi pliego de peticiones elaboradas por la mente, con mi particular manera de expresión, con las ideas e historietas que bajo de los cielos y luego imprimo en esos lienzos.
          Una lámpara de gas, ahumada hasta el copete, me sirve para iluminar mis largas horas de creación, un vaso de madera que contiene unos lápices, un canuto de borrador, un pequeño y afilado cuchillo, para mantener afinada la punta de mis instrumentos de escritura, son los adornos del campo de batalla, mi machete de trabajo.
          Sentado en un taburete, donde después de sacarme las botas, cambiarme los calcetines, me encasqueté unas chanclas en los pies. He tirado cuanto me vestía, luego de sacudirme la cabellera, tomo uno de los lápices, buscando la manera de darle vida al prefacio de una de tantas historias. Tomo unos sorbos del elíxir del cafeto, me enderezo enseguida una de las orejas para darme ánimo en el trance y me agacho sobre la primera hoja.
          Las ánimas toman forma en mi imaginería y regreso al tiempo en que las ideas se transforman en escenas de una película en blanco y negro que se proyecta en mi pensamiento, ha veces mas velozmente que la escritura de mis frases. Como milagro los actores brotan de la pluma, un cuerno de la abundancia, en donde a granel se depositan una a una las coplas instiladas en el blanco lienzo. Enganchando de las manos a las letras que forman las palabras y luego  las oraciones que rematan una genial idea.
          En el entorno de la luz del candil, las sombras se proyectan en las paredes de la choza, danza de espectrales jinetes, cabalgando en las empedradas calles de una ciudadela que persigue las huellas de los enemigos caídos bajo la maldad de un tirano. Soldados que defienden sus puestos, con mosquetes y bayonetas, donde un cañón explota en una cornisa, provocando una nube de llamaradas color naranja, en un campo sembrado de muertos, victimas del fragor de una batalla. Las cornetas anuncian la retirada y los gendarmes dan fin a la avanzada y los cuarteles se siembran de heridos en reposo, mientras se planea la siguiente ola. La noche me ha agarrado en plena batalla y el cansancio me hace presa y la cabeza se ensambla sobre tabla, que da por concluida la idea principal. Sueño.   
          Otro será el capítulo del día contiguo, jinetes con corceles de alzada elegante, que acarrean carrozas de lacayos uniformados de casaca militar con botones dorados y hombreras de múltiples filigranas, que desde la popa manejan blandiendo las largas bandas de cuero de los frenos de los caballos. En el final de su travesía, coronan en la entrada de un castillo de fantasía, donde las parejas hacen sus paseos en el exterior de los jardines de ensueño. Las damas de vestidos largos, que reportan en sus saludos a los transeúntes, mientras se cubren el rostro con sus rosados abanicos, Las señoras de mas edad, se llenan de sonrisas con abundantes sátiras, en los comentarios que echan a volar, cuando toman el té.
          Las jóvenes, que en ramilletes se contornean, no dejan de observar a los caballerangos, que en forma interesante usan el rapé, bajo un pañuelo fijan la mirada en la mas interesante princesa o la mas hermosa plebeya.
          Una hoja es manchada y luego arrancada, los errores, la sintaxis no fueron adecuadas, mas por culpa mía que de mis cortesanas musas, que corrigen con pasión sin dar límites al contexto, cuyas expresiones se tornaron adúlteras. El cuchillo da labor de afilar el lápiz, en el inicio de una nueva página, que formaliza la siguiente tanda, debe de ser una fábula, donde los animales cobran vida y se tornan héroes, con sus peculiaridades retoman sus actos como copia a los humanos, la picardía ensalza sus actividades y sus moralejas.
          La mañana me ha encontrado encorvado sobre la mesa, la espalda me mortifica, porque no he sido capaz de recostarme ni un momento, la lámpara apenas titila ya por falta de gas. Después de darme un estirón, salto rumbo a la pila, donde después de sacarme la camisa, echo una palanganada de agua en mi cabeza, me chapaleo con ambas manos y restriego mi cara, total, completo el medio aseo, con la bola de jabón, para desarrugarme el cuero. Con el paso de la toalla me pulo hasta lo más recóndito de mi ser, el peine finaliza el secado de mi cabellera y con la navaja, destronco los bellos de mi lampiña barba.
          Me espera un día de final de primavera, el clima favorece la temperatura que cada vez se pone cálida, he acordado con mi mismo en cambiar de espacio de trabajo. De pronto una visita al campo me refresque el pensamiento y me aporte nuevos temas, debo además poner en orden los escritos, finalizar las narrativas interrumpidas por tantas locuras de soltar amarras en historias de mas arraigo.
          Siempre pienso dentro de los tantos temas, en los roles de pareja, de un amor no encontrado, de una pareja perdida. Cumbres borrascosas que me asaltan y me trasladan a un lejano pasado de donde he venido de un alma encarnado, donde los escenarios me remontan a la época de la colonia, de los ladinos, los indígenas y los criollos, del período independentista, quizás de un origen ancestral de mas allá de la península Ibérica, a una Arabia Saudí, con raíces en la Mecca. El Islam que lleva pintado en el cobrizo color de la piel y la larga y ganchuda nariz   
    
 

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