Allí
me encontraba sentado en las rocas mas altas, observando la inmensidad del mar,
cubierto con no mas de una camiseta, con sombrero de paja y toalla de
brillantes dibujos, pero dentro de mi iniciativa, me gustaba recibir el aire que
sopla, un tanto cálido de brisa de gaviotas. Quizás eso me ayudaba a meditar,
imaginaba que de pronto una carabela se enseñaba en el horizonte y entre tumbos
se apresuraba a alcanzar la playa, junto a bancos de arena, donde permanecía
esperando la inspiración con catalejos de los visitantes conquistadores de
historias que sembraban sus banderas para tomar posesión de las tierras a
nombre de un monarca allá al otro lado del océano, de paladines que vienen con
buenas nuevas, pólvora y cañones habidos de poder, descubriendo criollos con
colgantes de jade y piezas del metal precioso. Los cánticos y dioses del mas
allá del país de los sueños. Las imágenes musicales de la llegada de otras embarcaciones
de mástiles y velas que cubiertas con
bellas damiselas, de origen morisco, danzantes féminas en búsqueda de notables
aventuras, llevadas en esclavitud a cruzar los océanos.
Me
pasaba largas horas en el espacio de mi mente, recolectando los soplos de
inspiración, los consejos de las musas, que me hacían sentir el estimulo de
imaginar historias de piratas sanguinarios, personajes de pata de palo con un
parche sobre alguno de sus ojos, bandidos con sables en mano asaltando los
poblados, apoderándose en poesía todo cuanto tenían, armando sendas bacanales
con los habitantes criollos, en medio de las borracheras, aprovechaban violando
a sus mujeres.
También
pensaba en el advenimiento de un corsario que convertido en un salvador, héroe
anónimo, que se encargaba de combatir y mandar al exilio a los malévolos
demonios del mar. Pródigo que de las manos de los dioses abanderaba las costas,
cuando era recibido como rey y adornado de collares de flores y colmado de
tesoros de manos de princesas liberadas.
En
la siguiente hoja escribía, la presencia de una expedición que inmersa en la
maleza justo en medio de los mansos bosques, viajaba en búsqueda de enormes
fieras con colmillos de sable, o de prehistóricos animales que asolaban con sus
gritos las sabanas, donde como depredadores atacaban a cuanto se movía en sus
dominios. Los hombres vestidos de verde musgo, con sombreros sólidos amarrados
con correa a la barbilla, cazadores con armas de grueso calibre, que se
apostaban en los zanjones, en búsqueda de una pieza que satisficiera su delirio
de matar. De ellos muchos sorprendidos por las mismas presas, que los hacía
huir despavoridos cuando de cazadores pasaban a sentirse trofeos de caza.
Entrada
la tarde, cuando los celajes se pintaban en el firmamento y las aves anunciaban
la llegada de la penumbra, cerrando la instancia de los últimos rayos del sol, dejé
mi instinto y retorné por las veredas arenosas sembradas de secos montes, que me
servían de guía hasta las casuchas de la aldea. Con las fachadas pintadas de
blanco, construcciones hechas de pajón y arcilla, que se apostaban en una joya
apartada, con mantos de flores de jardín en un libro abierto.
Encendí
en la estufa, lugar de la cocina, con los leños que se adormecen en un espacio,
arrimando la jarilla donde preparé el café y calentaba un recipiente con la
comida de diario, destapando la hogaza de pan envueltas en una servilleta, para
que no se endureciera tanto que no le pudiera hincar el diente. Y me sentaba a
escribir.
Junto
al camastrón de dormir, sobre la mesa que me sirve de comedero, de escritorio y
a veces hasta lugar de descanso, mantengo un buen paquete de hojas a las que
les he hecho un agujero en su esquina superior izquierda, le he puesto un
pedazo de cáñamo para mantenerlas ordenadas y en secuencia, mi cuaderno. Es mi
campo de trabajo, mi pliego de peticiones elaboradas por la mente, con mi
particular manera de expresión, con las ideas e historietas que bajo de los
cielos y luego imprimo en esos lienzos.
Una
lámpara de gas, ahumada hasta el copete, me sirve para iluminar mis largas
horas de creación, un vaso de madera que contiene unos lápices, un canuto de
borrador, un pequeño y afilado cuchillo, para mantener afinada la punta de mis
instrumentos de escritura, son los adornos del campo de batalla, mi machete de
trabajo.
Sentado
en un taburete, donde después de sacarme las botas, cambiarme los calcetines,
me encasqueté unas chanclas en los pies. He tirado cuanto me vestía, luego de sacudirme
la cabellera, tomo uno de los lápices, buscando la manera de darle vida al prefacio
de una de tantas historias. Tomo unos sorbos del elíxir del cafeto, me enderezo
enseguida una de las orejas para darme ánimo en el trance y me agacho sobre la
primera hoja.
Las
ánimas toman forma en mi imaginería y regreso al tiempo en que las ideas se
transforman en escenas de una película en blanco y negro que se proyecta en mi
pensamiento, ha veces mas velozmente que la escritura de mis frases. Como
milagro los actores brotan de la pluma, un cuerno de la abundancia, en donde a
granel se depositan una a una las coplas instiladas en el blanco lienzo.
Enganchando de las manos a las letras que forman las palabras y luego las oraciones que rematan una genial idea.
En
el entorno de la luz del candil, las sombras se proyectan en las paredes de la
choza, danza de espectrales jinetes, cabalgando en las empedradas calles de una
ciudadela que persigue las huellas de los enemigos caídos bajo la maldad de un
tirano. Soldados que defienden sus puestos, con mosquetes y bayonetas, donde un
cañón explota en una cornisa, provocando una nube de llamaradas color naranja,
en un campo sembrado de muertos, victimas del fragor de una batalla. Las
cornetas anuncian la retirada y los gendarmes dan fin a la avanzada y los
cuarteles se siembran de heridos en reposo, mientras se planea la siguiente
ola. La noche me ha agarrado en plena batalla y el cansancio me hace presa y la
cabeza se ensambla sobre tabla, que da por concluida la idea principal. Sueño.
Otro
será el capítulo del día contiguo, jinetes con corceles de alzada elegante, que
acarrean carrozas de lacayos uniformados de casaca militar con botones dorados
y hombreras de múltiples filigranas, que desde la popa manejan blandiendo las
largas bandas de cuero de los frenos de los caballos. En el final de su
travesía, coronan en la entrada de un castillo de fantasía, donde las parejas
hacen sus paseos en el exterior de los jardines de ensueño. Las damas de
vestidos largos, que reportan en sus saludos a los transeúntes, mientras se
cubren el rostro con sus rosados abanicos, Las señoras de mas edad, se llenan
de sonrisas con abundantes sátiras, en los comentarios que echan a volar,
cuando toman el té.
Las
jóvenes, que en ramilletes se contornean, no dejan de observar a los
caballerangos, que en forma interesante usan el rapé, bajo un pañuelo fijan la
mirada en la mas interesante princesa o la mas hermosa plebeya.
Una
hoja es manchada y luego arrancada, los errores, la sintaxis no fueron
adecuadas, mas por culpa mía que de mis cortesanas musas, que corrigen con pasión
sin dar límites al contexto, cuyas expresiones se tornaron adúlteras. El
cuchillo da labor de afilar el lápiz, en el inicio de una nueva página, que
formaliza la siguiente tanda, debe de ser una fábula, donde los animales cobran
vida y se tornan héroes, con sus peculiaridades retoman sus actos como copia a
los humanos, la picardía ensalza sus actividades y sus moralejas.
La
mañana me ha encontrado encorvado sobre la mesa, la espalda me mortifica,
porque no he sido capaz de recostarme ni un momento, la lámpara apenas titila
ya por falta de gas. Después de darme un estirón, salto rumbo a la pila, donde
después de sacarme la camisa, echo una palanganada de agua en mi cabeza, me
chapaleo con ambas manos y restriego mi cara, total, completo el medio aseo,
con la bola de jabón, para desarrugarme el cuero. Con el paso de la toalla me
pulo hasta lo más recóndito de mi ser, el peine finaliza el secado de mi
cabellera y con la navaja, destronco los bellos de mi lampiña barba.
Me
espera un día de final de primavera, el clima favorece la temperatura que cada
vez se pone cálida, he acordado con mi mismo en cambiar de espacio de trabajo. De
pronto una visita al campo me refresque el pensamiento y me aporte nuevos
temas, debo además poner en orden los escritos, finalizar las narrativas
interrumpidas por tantas locuras de soltar amarras en historias de mas arraigo.
Siempre
pienso dentro de los tantos temas, en los roles de pareja, de un amor no
encontrado, de una pareja perdida. Cumbres borrascosas que me asaltan y me
trasladan a un lejano pasado de donde he venido de un alma encarnado, donde los
escenarios me remontan a la época de la colonia, de los ladinos, los indígenas
y los criollos, del período independentista, quizás de un origen ancestral de
mas allá de la península Ibérica, a una Arabia Saudí, con raíces en la
Mecca. El Islam que lleva pintado en el
cobrizo color de la piel y la larga y ganchuda nariz
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