Correteando
alrededor de la alberca, un grupo de patojos, cargados de felicidad y
rebosantes de sonrisa, disfrutaban de unas merecidas vacaciones del descanso de
fin de año. El ardiente sol de la costa, invitaba no solo a un chapuzón, sino a
unas buenas bebidas refrescantes, de unas heladas cervezas, acompañadas de un
sustancioso seviche de mariscos Y de un suculento almuerzo.
Los
cocoteros saludaban de vez en cuando, al mecerse por las escasas ráfagas de
brisas provenientes del mar, algunos cargados de sus frutos en racimos, en la
que las ramas servían de columpios a los clarineros que cantaban las mañanitas.
El brillante sol mantenía tibias las aguas cristalinas de la piscina, donde con
figuras de animales, salvavidas inflados, acompañaban a los mas pequeños, para
lanzarse de las orillas, produciendo olas que mojaba los alrededores.
Grupos
de pajarillos que sobrevolaban el área, se atrevían a detenerse cerca de la
grama circundante, para hacer de la fiesta, un ir y venir con piruetas de trapecistas,
de la orilla hasta las ramas de los jocotes marañones pintados de rojo, que
mostraban apetitosos sus frutos ya maduros.
Los
chicos, en función de cazadores, persiguen en sus alrededores a los garrobos,
que escondidos bajo las piedras o en los agujeros de los troncos viejos depositados en los linderos de los campos, ellos caminaban silenciosos por las veredas cuando
alguna de las iguanas saltaba y corría alocadamente con su simpático ritmo, la
tropa la persigue, hasta perderla entre los matorrales. Las hondas de hule
canche se estiran con bodoques de barro, cuando alguno de estos animalejos se
pone a tiro, probando el pulso de alguno. Fatigados de las
expediciones, regresan sedientos a empinarse las gaseosas con hielo, o a
pasarse un duchazo de agua templada. La mayor parte de las veces con las manos
vacías
El
exquisito olor del pescado en la fritanga, donde las mujeres convertidas en
chef, se entretienen con sus charlas, durante la confección de las comidas. Los
cremosos aguacates que adornan el centro de la mesa, con rodajas de huevos
duros, sal y limón con unas cuantas hojas trituradas de orégano que le da un
toque de insuperable sabor. La infaltable maleta de frijoles negros
refritos, con trozos de queso fresco, aun envuelto en hojas de sal, para
mantener su calidad, las servilletas gruesas que envuelven los muñecos de tortillas,
recién salidas del comal, que se apilan en bucul, para mantenerse calientes
todo el rato.
El
proceso del brindis está en plena acción, truenan las copas y se somatan los
hielos que tintinean en los vasos, mientras alguien levanta la voz, para decir
salud! El apetito es grande y el
murmullo de los cubiertos no se deja esperar, los muñecos de tortilla empiezan
a desaparecer y los camarones, los cangrejos saltarines y los jutes pasan a
mejor vida, formando parte de los cascarones y restos de tenazas que van a la
cesta de los desperdicios.
Lo
hermoso es como los niños se chupan hasta los dedos al saborear su plato
predilecto, acompañado con el arroz salpicado con arbejas y la infaltable
ensalada rusa, con mayonesa derretida en
los trozos de papa, ejote y demás verduras. De postre unos rellenitos de
plátano, con leche condensada, para que mas.
La
hora del descanso, todo el mundo se retira a reposar en una hamaca, sobándose la
panza de la gran comilona, los chicos se huyen de las labores domésticas y se
asoman en la punta de los cercos con la excusa por la prohibición de meterse al
agua, hace que se agrupen en torno de una pelota para armar una chamusca.
El
picante sol ya va de retirada y en el campo las sombras apuntan al oriente, el
calor ha bajado de espesor y el grupo familiar, en chancletas, toallas de
variados tamaños y su respectivo bote de filtro bloqueador solar, salen en
infantería para gozar de las arenas negras de origen volcánico que se bañan en
la orilla de las espumantes olas del mar. En la expedición, mientras algunos al
agua patos, otros se dedican a recoger conchas, los demás corretean a los
cangrejos que se bañan y se esconden en sus agujeros de la candente arena.
Los
tumbos hacen retroceder a los bañistas y las olas les lanzan a empujones que
los llevan hasta afuera, donde se consumen en el borde superior de la playa,
los castillos construidos y las excavaciones elaboradas con los pies se ven
derrapas por el agua que de entrada arremete con cuanta construcción de muros
se opone a su corriente. Los cuidadosos adultos con niños sostenidos de su mano, soportan el
embate de una ola para acurrucarse en el remanso posterior, mientras reciben un
revolcón de la siguiente ola que apenas le da tiempo para levantarse.
El
agua se alarga hasta donde se encuentra la base de las toallas, un par de
chancletas navegan en la espuma de regreso a la reventazón. El baño al parecer
no es solo de agua salada sino de mantos de arena que se introducen hasta los
mas recónditos lugares. Recuperadas las sandalias, agotados de las volteretas
que les imprime el señor mar, todo el mundo se detiene en lo alto de la playa
para ver como el astro se mete entre la inmensidad del océano, para despedir la
tarde. Una parvada de pelícanos pasan saludando el copete de las olas, en
ordenada pandilla, haciendo sus últimas travesías para llegar hasta sus lugares
de pernoctar.
El
viaje de regreso es un sacudir de arena y de pasarse la toalla para limpiar el
cabello, las bolsas se conchas son el tesoro encontrado, en el trayecto. Los
zancudos inician su molesta tarea de inyectar alérgicos aguijones, que producen
comezón y roncha, que hacen apresurar el paso hasta el rancho, donde los
pájaros arremeten con sus trinos, la bienvenida de la noche. A lo lejos se
escucha la rocola de una cantina que invita con corridos a la fiesta nocturna
de feria, en el fin de semana.
Tanto
los chicos como los adultos se juntan alrededor de una pequeña fogata a contar
chistes y alguna que otra historia de miedo para estimular el sueño y calientan
en palitos los mashmelos, para mantener ocupada las muelas mientras escuchan
las historietas. Los niños se apretujan al enterarse que no muy lejos de allí
aparece un espanto, que le hace abrir mas grandes los ojos y les hacen temblar
las canillas.
Los
cohetes de vara, resplandecen la oscura noche, abriéndole paso a la procesión
del santo patrono de la aldea, es la feria anual los fieles y las rezadoras en
alegre compañía entonan sus cantos, mientras circulan por el trayecto por las
calles, sonido el de las bombas de tubo que despiertan hasta las gallinas que
ya reposan en las ramas de los árboles. Los habitantes de la aldea y alguno que
otro visitante salen a su encuentro a ofrecer sus respetos mediante un responso
de oraciones, el lanzamiento de una furtiva ensarta de cohetillos revienta no
muy lejos de los pies de los asistentes, que les pone a saltar, mientras los
perros huyen despavoridos ante sonido y las chispas de los petardos.
La
iglesia les abre paso para finalizar el ágape y cumplir con la última liturgia,
con la celebración de la santa misa y la bendición de la hora santa.
Ya
de regreso la chiquillada duerme en calzoneta y sobre petates, para reparar los
esfuerzos de lo actuado y amanecer con mas brillos al romper la mañana final
del viaje.
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