miércoles, 4 de septiembre de 2013

CASA VIEJA



          En el desván de la antañona casa, cubierto de polvo y adornado de múltiples telas de araña, donde un reloj de péndulo hace ritmo en su eterno tic-tac, con el tenue viento que juega para esparcir en el piso, las pelotitas de polilla que llueven de los viejos muebles que olvidados por el tiempo reposando con cargados libros, estilizados recuerdos y otrora útiles objetos que se han venido transformado en chunches antiguos sin uso.
          En el techo tapizado de tejas de barro cocido, se asientan las palomas que han hecho de su vivienda el condominio en los agujeros cielo y el tapanco, donde el estiércol ha manchado las maderas de las paredes del frontispicio, cornisas descascaradas, que anuncia el paso de los años, deterioro del envejecimiento del tacuche de la fachada de la mansión, que en alguna oportunidad fue un elegante palacete.
          El edificio que muestra evidentes señas de abandono, se estremece cuando los ruidos del tráfico le hacen temblar como mueven las estampas de las ventanas, que se descascaran como víctimas de la enfermedad que muestra el paso del tiempo.
          En su interior, un gato hace su ronda por la planta del corredor, dirigiéndose hasta la última habitación, donde por momentos se deja escuchar el uso de cubiertos, es la vieja cocina que entre vetustos anaqueles, alargados rincones con jarrones decorativos, donde una transformación está a punto de efectuarse.
          Como de un sueño, aparece radiante en la habitación, una mesa de desayunar que se encuentra bellamente decorada, un mantel de bordados con nudos tejidos de la mas alta calidad de sedalina donde reposa una vajilla de porcelana, cubiertos de plata y un candelabro en el centro que le da un sabor de elegancia.
          Una dama con una elegante gabacha, hacendosa se complementa con sus labores culinarias procede son toda delicadeza dando le toque de caché a las viandas, se mueve de un lado a otro, prueba los alimentos que se cocinan en la estufa, añadiéndole una pizca de condimento al cocido.
          El felino se asoma, porta un collar de cuero en el pescuezo, luego de encaramarse a la mesa, maúlla con la esperanza de que le presten atención o hacerse merecer de algún bocado de comida, pero es conminado a quitarse de allí con un movimiento de una paleta en manos de la señora, que lo espanta obligándolo a retirarse.
          El ding-dong del desván sacude la casa anunciando el horario del medio día, el instinto de hace saber que es hora de almuerzo, que se complementa con el aroma de la comida lista. Las ollas se prestan en saltarines borbollones del líquido en cocimiento y los recipientes de ensaladas se hacen presentes a lo largo de la mesa. Ricas viandas que alegran como en pinturas el servicio del almuerzo.
          La puerta de la entrada truena tras el movimiento de una llave, un sujeto de escuálida figura, penetra a la casa, se quita el sombrero, lo coloca en un gancho de la entrada, con marcha pasmada se dirige hasta la habitación donde saluda cortésmente a la anciana. Toma la leontina que pende de su chaleco, saca su reloj de oro, lo abre y hace alusión a que ya es la hora de las doce, después se quita el saco de levita, se lo recibe el ujier, quien lo leva al ropero, se busca asiento en la cabecera de la mesa, cruza sus piernas, enseñando sus bien lustrados botines con arandelas de metal en el frente, sin decir palabra, toma una pequeña campanita a la derecha de sus platos y la sacude.
          La anciana se acerca con una servilleta sobre el brazo izquierdo, después de una señal procede a servir con un cucharón la sopa del día. El con un ruidoso sorbo, prueba el caldo, luego asienta la cabeza en aprobación para que la dama se retire. Toma un pañuelo que saca de la manga de su camisa y se limpia delicadamente los labios, luego somata con la cucharilla el vidrio de una copa, una botella de oscuro perfil se la empina para servir un añejo vino tinto.
          El gato hace de nuevo su aparición, merodeando y sovigiándose en las piernas del caballero, lo que lo obliga a tomarlo del pellejo del lomo y lo coloca en su regazo, después de acariciarlo, toma un trozo de guiso y se lo da a comer, luego lo lanza hasta el piso, despidiéndole de sus molestias.
Un sorbo de vino y la diestra hace la incisión quirúrgica sobre el trozo de carne, el tenedor ayuda a introducir el pedazo en la boca. Sin nada que decir engulle plácidamente los alimentos, luego el postre y un buen provecho le hacen retirarse hacia el estudio limpiándose con una bigotera.  En la biblioteca sentado en un sofá, se le acerca el asistente con una caja, le ofrece un cigarro, puros de origen cubano de alta calidad, le muerde una de las orillas, escupe el pedazo y un alargado fósforo le da lumbre, aspira fuertemente, tras una bocanada de humo, se acomoda en el sillón, tomando el periódico lo abre, seguro para enterarse de las noticias de la vida diaria.
          Al cabo de una hora, él ha dejado de lado el matutino escrito, mientras cabecea por sueño, dos chicos hacen su presencia en el salón,  la niña con un vestidito largo color rosado con una moña del mismo color atrás de la cintura, calcetas blancas y zapatitas negras de charol. Sus dorados canelones le rebosan en los hombros y sus bellos ojos azules complementan su bella sonrisa que ilumina su lindo rostro, ella saluda inclinando la cabeza y doblando su rodilla derecha frente al caballero. El niño con abundantes colochos que se le enredan en su cabeza porta un trajecito color azul de pantaloncillos cortos, que se complementan con calcetines blancos arriba de la rodilla, su camisa de manga larga y con un listón en el cuello que le sirve de corbata, quien imita a su hermana  agachando la cabeza, mientras en coro dicen:
---¡ Buena tarde, papá…! ---
          Después de un pequeño sobresalto, les abre los brazos y los conmina a un abrazo, les besa a ambos y luego se retiran tras el llamado a la refacción. Emilio se levanta, acercándose a los anaqueles, busca dentro de su colección un libro, el que lo extrae, lo abre sobre sus manos y lo hojea con poco interés, luego lo devuelve a su lugar, camina hacia la ventana donde observa en las afueras el jardín de la casa.
          En las afueras de la residencia hombres corren buscando donde guarecerse, soldados de rojo y blanco con mosquetes en mano, disparan a mansalva en las calles que se llenan de barricadas, las bombas se dejan escuchar, cuando llenan de humo de muerte las aceras expulsan a los rebeldes, los civiles son perseguidos por sedición, los grupos se esconden en las boca calles que han sido obstruidas, huyendo de la caballería.
          Los civiles cargando una bandera de vandalismo se agrupan en el frontispicio de la casa, tras derribar en portón, penetran en plena gritería por la planta del corredor, que los conduce hasta el estudio, donde agazapados, Emilio, sus dos hijos y la servidumbre tratan de ocultarse de la turba.
          A pesar de las suplicas, acompañadas de lamentos de la familia mas la férrea oposición del jefe de la casa, se deja escuchar una orden de fusilamiento, un cruce de disparos que resuenan en el eco de la habitación dan como resultado la caída de cada uno de los miembros, abatidos por los perdigones. El último en caer es Emilio, que se desploma cubriendo el cuerpo de su hija.
          En la planta del corredor, el gato hace su ronda dirigiéndose hasta la última habitación, donde todo se encuentra desordenado, la casa fue saqueada, como un vendaval los ladrones arrasaron con todo y dejaron a su paso lamento y muerte. Se enrosca junto a su amo, a quien lame en la frente, luego se acurruca en señal de duelo…
          El sueño se ha desvanecido, ahora son escombros, los destruidos muebles se aquejan de antigüedad, lo gris del ambiente nos muestra entre olor de humedad escalofriante soledad. En el fondo por momentos se deja escuchar el uso de trastos, es la vieja cocina, una figura espectral, que viene de la nada, aparece con una servilleta en el antebrazo derecho, con una sopera en mano se dirige hasta la biblioteca donde se disipa con el viento. La imagen que permanece es frente  a los anaqueles cundidos de polvo se muestran los espíritus de tres de los miembros de la familia con sus trajes de gala, reeditando la imagen como vestigio de una pintura al óleo, que pende de un hilo sobre la pared de la chimenea, los en tenue brisa se consumen en el aire y desaparecen.
          La casa truena y las cornisas se colapsan, todo el menaje cruje, la vivienda se desploma produciendo un trueno que deja en los suelos los escombros…

No hay comentarios:

Publicar un comentario