En
el desván de la antañona casa, cubierto de polvo y adornado de múltiples telas
de araña, donde un reloj de péndulo hace ritmo en su eterno tic-tac, con el
tenue viento que juega para esparcir en el piso, las pelotitas de polilla que
llueven de los viejos muebles que olvidados por el tiempo reposando con cargados
libros, estilizados recuerdos y otrora útiles objetos que se han venido transformado
en chunches antiguos sin uso.
En
el techo tapizado de tejas de barro cocido, se asientan las palomas que han
hecho de su vivienda el condominio en los agujeros cielo y el tapanco, donde el
estiércol ha manchado las maderas de las paredes del frontispicio, cornisas
descascaradas, que anuncia el paso de los años, deterioro del envejecimiento
del tacuche de la fachada de la mansión, que en alguna oportunidad fue un
elegante palacete.
El
edificio que muestra evidentes señas de abandono, se estremece cuando los
ruidos del tráfico le hacen temblar como mueven las estampas de las ventanas,
que se descascaran como víctimas de la enfermedad que muestra el paso del
tiempo.
En
su interior, un gato hace su ronda por la planta del corredor, dirigiéndose
hasta la última habitación, donde por momentos se deja escuchar el uso de
cubiertos, es la vieja cocina que entre vetustos anaqueles, alargados rincones
con jarrones decorativos, donde una transformación está a punto de efectuarse.
Como
de un sueño, aparece radiante en la habitación, una mesa de desayunar que se
encuentra bellamente decorada, un mantel de bordados con nudos tejidos de la
mas alta calidad de sedalina donde reposa una vajilla de porcelana, cubiertos
de plata y un candelabro en el centro que le da un sabor de elegancia.
Una
dama con una elegante gabacha, hacendosa se complementa con sus labores
culinarias procede son toda delicadeza dando le toque de caché a las viandas,
se mueve de un lado a otro, prueba los alimentos que se cocinan en la estufa,
añadiéndole una pizca de condimento al cocido.
El
felino se asoma, porta un collar de cuero en el pescuezo, luego de encaramarse
a la mesa, maúlla con la esperanza de que le presten atención o hacerse merecer
de algún bocado de comida, pero es conminado a quitarse de allí con un
movimiento de una paleta en manos de la señora, que lo espanta obligándolo a retirarse.
El
ding-dong del desván sacude la casa anunciando el horario del medio día, el
instinto de hace saber que es hora de almuerzo, que se complementa con el aroma
de la comida lista. Las ollas se prestan en saltarines borbollones del líquido
en cocimiento y los recipientes de ensaladas se hacen presentes a lo largo de
la mesa. Ricas viandas que alegran como en pinturas el servicio del almuerzo.
La
puerta de la entrada truena tras el movimiento de una llave, un sujeto de
escuálida figura, penetra a la casa, se quita el sombrero, lo coloca en un
gancho de la entrada, con marcha pasmada se dirige hasta la habitación donde
saluda cortésmente a la anciana. Toma la leontina que pende de su chaleco, saca
su reloj de oro, lo abre y hace alusión a que ya es la hora de las doce,
después se quita el saco de levita, se lo recibe el ujier, quien lo leva al
ropero, se busca asiento en la cabecera de la mesa, cruza sus piernas,
enseñando sus bien lustrados botines con arandelas de metal en el frente, sin
decir palabra, toma una pequeña campanita a la derecha de sus platos y la
sacude.
La
anciana se acerca con una servilleta sobre el brazo izquierdo, después de una
señal procede a servir con un cucharón la sopa del día. El con un ruidoso
sorbo, prueba el caldo, luego asienta la cabeza en aprobación para que la dama
se retire. Toma un pañuelo que saca de la manga de su camisa y se limpia
delicadamente los labios, luego somata con la cucharilla el vidrio de una copa,
una botella de oscuro perfil se la empina para servir un añejo vino tinto.
El
gato hace de nuevo su aparición, merodeando y sovigiándose en las piernas del
caballero, lo que lo obliga a tomarlo del pellejo del lomo y lo coloca en su
regazo, después de acariciarlo, toma un trozo de guiso y se lo da a comer,
luego lo lanza hasta el piso, despidiéndole de sus molestias.
Un sorbo de vino y la diestra hace
la incisión quirúrgica sobre el trozo de carne, el tenedor ayuda a introducir
el pedazo en la boca. Sin nada que decir engulle plácidamente los alimentos,
luego el postre y un buen provecho le hacen retirarse hacia el estudio
limpiándose con una bigotera. En la
biblioteca sentado en un sofá, se le acerca el asistente con una caja, le
ofrece un cigarro, puros de origen cubano de alta calidad, le muerde una de las
orillas, escupe el pedazo y un alargado fósforo le da lumbre, aspira
fuertemente, tras una bocanada de humo, se acomoda en el sillón, tomando el
periódico lo abre, seguro para enterarse de las noticias de la vida diaria.
Al
cabo de una hora, él ha dejado de lado el matutino escrito, mientras cabecea
por sueño, dos chicos hacen su presencia en el salón, la niña con un vestidito largo color rosado
con una moña del mismo color atrás de la cintura, calcetas blancas y zapatitas
negras de charol. Sus dorados canelones le rebosan en los hombros y sus bellos
ojos azules complementan su bella sonrisa que ilumina su lindo rostro, ella
saluda inclinando la cabeza y doblando su rodilla derecha frente al caballero.
El niño con abundantes colochos que se le enredan en su cabeza porta un
trajecito color azul de pantaloncillos cortos, que se complementan con
calcetines blancos arriba de la rodilla, su camisa de manga larga y con un
listón en el cuello que le sirve de corbata, quien imita a su hermana agachando la cabeza, mientras en coro dicen:
---¡ Buena tarde, papá…! ---
Después
de un pequeño sobresalto, les abre los brazos y los conmina a un abrazo, les
besa a ambos y luego se retiran tras el llamado a la refacción. Emilio se
levanta, acercándose a los anaqueles, busca dentro de su colección un libro, el
que lo extrae, lo abre sobre sus manos y lo hojea con poco interés, luego lo
devuelve a su lugar, camina hacia la ventana donde observa en las afueras el
jardín de la casa.
En
las afueras de la residencia hombres corren buscando donde guarecerse, soldados
de rojo y blanco con mosquetes en mano, disparan a mansalva en las calles que
se llenan de barricadas, las bombas se dejan escuchar, cuando llenan de humo de
muerte las aceras expulsan a los rebeldes, los civiles son perseguidos por
sedición, los grupos se esconden en las boca calles que han sido obstruidas,
huyendo de la caballería.
Los
civiles cargando una bandera de vandalismo se agrupan en el frontispicio de la
casa, tras derribar en portón, penetran en plena gritería por la planta del
corredor, que los conduce hasta el estudio, donde agazapados, Emilio, sus dos
hijos y la servidumbre tratan de ocultarse de la turba.
A
pesar de las suplicas, acompañadas de lamentos de la familia mas la férrea
oposición del jefe de la casa, se deja escuchar una orden de fusilamiento, un
cruce de disparos que resuenan en el eco de la habitación dan como resultado la
caída de cada uno de los miembros, abatidos por los perdigones. El último en
caer es Emilio, que se desploma cubriendo el cuerpo de su hija.
En
la planta del corredor, el gato hace su ronda dirigiéndose hasta la última
habitación, donde todo se encuentra desordenado, la casa fue saqueada, como un
vendaval los ladrones arrasaron con todo y dejaron a su paso lamento y muerte. Se
enrosca junto a su amo, a quien lame en la frente, luego se acurruca en señal
de duelo…
El
sueño se ha desvanecido, ahora son escombros, los destruidos muebles se aquejan
de antigüedad, lo gris del ambiente nos muestra entre olor de humedad escalofriante
soledad. En el fondo por momentos se deja escuchar el uso de trastos, es la
vieja cocina, una figura espectral, que viene de la nada, aparece con una
servilleta en el antebrazo derecho, con una sopera en mano se dirige hasta la
biblioteca donde se disipa con el viento. La imagen que permanece es frente a los anaqueles cundidos de polvo se muestran
los espíritus de tres de los miembros de la familia con sus trajes de gala,
reeditando la imagen como vestigio de una pintura al óleo, que pende de un hilo
sobre la pared de la chimenea, los en tenue brisa se consumen en el aire y desaparecen.
La
casa truena y las cornisas se colapsan, todo el menaje cruje, la vivienda se
desploma produciendo un trueno que deja en los suelos los escombros…
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