lunes, 16 de septiembre de 2013

LA CASA DE MUÑECAS



          La hermosa niña de los canelones de oro, se sienta sobre un tapete de fantasías de animalitos dibujados en caricatura, con sus piernas entre cruzadas, medita frente a su casa de muñecas, imagina una sinfonía de fantasías que brotan de sus pensamientos de infantil belleza  que le traen ilusiones a sus recuerdos que vuelan como mariposas.
          Acaricia a sus muñecas a las que invita con su mímica a tomar café y adorna de ideas sus juegos, se enternece como palma que se recuesta en su regazo, cuando engalana sus juguetes preferidos.
          En un instante mágicamente se abre de par en par la puerta, tras ella se proyecta un escenario en el cual las aves del paraíso deambulan por verdes campos, los árboles de manzana, cubiertos de hojas de plata tintinean al unísono de la caída de las gotas de rocío, un camino bordeado de flores multicolor le abren espacio para caminar dentro del sueño.
          La niña camina dando brincos, mientras se interna en el bosque, donde los conejos le salen al encuentro  haciéndole una ronda, saltan como ella, dejándose acariciar las orejas largas, mientras cantan melodías de dulce contenido y se detienen frente para saludarla.
          Los cenzontles atrevidos le toman los bucles color oro, le transportan por los aires hasta las fuentes de glaciales donde las amarillo anaranjadas chorchas le  alegran en un recital de alegres trinos, invitándola a participar en las danzas de las flores.
          El ejercito de las hormigas cada quien con un pétalo en sus espaldas, le hacen valla en  compañía de las ardillas que bajan del arco iris para llevarla hasta la punta de un montículo, donde las otros muñecas le esperan elegantemente vestidos a disfrutar del té de media mañana. La mesa redonda con adornado mantel rosa, moñas de colores brillantes. El oso panda, con una servilleta en su brazo, levanta el recipiente y con toda delicadeza sirve en una tasa de porcelana pintada de almendros, la cucharilla de plata que se vuelve tornasol, se introduce en el líquido con su cargamento de azúcar, bailando en su interior para sazonarlo. La muñeca de los ojos grandes a quien le han pintado las pestañas y las cejas, se agacha y de cortesía le ofrece el jarrito de leche.
          La niña sentada en el trono de organdí, sacude su servilleta de algodón calado, muy delicadamente lo coloca sobre sus piernas, con la simplicidad de una dama toma la tasa con sus dedos, el meñique se queda por fuera señalando hacia el frente, como un signo de caché. Las galletas apiladas en un canasto, se inquietan, son las que contienen la jalea real o las adornadas de blanca harina las que se muestran apetitosa para la refacción. Las abejas que ronronean, se discuten oficiosas alrededor de la botella de miel, con sus amigos los gorriones que acurrucados en el frutero del centro, cuchichean, mientras brinca de un lado a otro.
          El sol ha pintado en óleo el escenario de la campiña y se muestra esplendoroso en el cenit de la cúpula del cielo, que en escasas nubes muestra su magnificencia. El viento que no se quiere quedar olvidado sacude las ramas de los árboles para recordarle a sus amigos lo singular de su brisa. El tiempo de la refacción ha sido alegre y los actores se retiran tomados de la mano con la niña, el perrito de peluche, con una cinta de cuero es el que conduce, pero en un momento se inquieta, dando múltiples vueltas cuando una mariposa se le posa en la nariz y le altera su regocijo.
          La puercoespín, saluda a la joven, encrespando sus múltiples saetas de su trasero, cruza su camino seguido de sus crías que asustadas muestran su curiosidad cuando observan a los miembros de la comitiva. Adelante una cacatúa hace una perorata, mueve sus alas, grita, estira una de sus patas para llamar la atención del grupo, mueve incesante su penacho el cual levanta cuando canta. Mueve de nuevo su pata  rascando su ganchudo pico, haciendo una reverencia sobre los paseantes del lugar.
          El cochinito rosado de alcancía, recorre agitado el tramo de la vereda en búsqueda de la niña, trastrabilla al encontrarla y una monedas salen de su espalda, lo hace detenerse, ella presurosa le recoge y le acaricia para reconfortarle, al acercárselo a su rostro le hace una serie de faciculaciones, algo que la alarma y la pone en actividad. Cuenta a cada uno de sus juguetes y los conmina a seguirla, corre de regreso por el caminito hasta donde se encuentran los árboles de manzana, donde en la mágica nebulosa se encuentra el pasadizo hacia la realidad.
          La niña se pone de pie y enfrenta a su institutriz, quien la señala con el dedo índice de su mano derecha, insistiendo en buscar una explicación de su desaparición. Ella muy quieta, con sus manos en la espalda se niega de explicar, moviendo su cabeza de lado a lado, haciendo que sus canelones le acompasan su respuesta.
          En muestras de inquisición, la señora, frunce el seño, muestra en desagrado por su postura luego le señala que sus zapatillas de charol están cubiertas de lodo, requiriendo entonces un que pasó?. La niña se asombra, mostrando cuan grandes sus ojos son, abre su boca la que tapa con sus manos, sale corriendo y se esconde en el rincón de su habitación, donde viarias lágrimas recorren sus mejillas. Tira por un lado las zapatillas, se acurruca en su cama, pero el sueño le hace presa, al reposar por unos momentos, la tarde noche se ha hecho presente. Despierta, sacude su vestido, se aproxima al espejo de su cómoda y se atiza el pelo, arreglando sus canelones que recoge sobre sus hombros y en un instante sale al encuentro de su padre, quien la mira de pies a cabeza, la acaricia y la besa. Pregunta abriendo sus brazos, el lenguaje de manos le pregunta que ha hecho de su día.
          La niña le toma de la mano, le hace que se siente en su diván preferido, después de hacerle un saludo de princesa levantando con sus manos los lados de su vestido, hincando una de sus rodillas y haciendo una genuflexión, procede a contarle a través de su mímica las emocionantes aventuras que le ha tocado vivir, sacude sus manitas sobre su cabeza en señal de alegría, sonriendo muestras de su gran felicidad.
          El padre de pierna cruzada, toma el bigote y lo entorcha entre sus dedos, es participante de la amplia alegría del relato, aplaude a mas no poder, luego abre sus brazos y la invita a refugiarse en ellos, la aprieta en un apapacho y la arrulla delicadamente. La sienta en sus piernas, donde al darse por enterado le pregunta por sus zapatos, se queda sin respuesta, se encoge de hombros y bajando su cabeza, se escapa hasta su habitación. Temerosa por lo que puedan reclamarle los recoge de debajo de su cama. Sorpresa, están tan limpiecitos como siempre, los calza y sale de nuevo a encontrase con su padre y se los muestra, brillan como nunca, pero ella no sale del asombro de lo sucedido, mientras él le acaricia su cabeza.
          Adentro, en la casa de muñecas, el panda, la muñeca de los ojos pintados, observan por una de las ventanas, a sus espaldas hay un trapo de limpieza y una caja de betún. Cuando la niña se acerca, los ve, les guiña el ojo, con su mano junta el dedo índice con el pulgar y levantando los otros tres, les hace una señal de aprobación. Dándoles las gracias, por su acción.
  

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