La
hermosa niña de los canelones de oro, se sienta sobre un tapete de fantasías de
animalitos dibujados en caricatura, con sus piernas entre cruzadas, medita
frente a su casa de muñecas, imagina una sinfonía de fantasías que brotan de sus
pensamientos de infantil belleza que le
traen ilusiones a sus recuerdos que vuelan como mariposas.
Acaricia
a sus muñecas a las que invita con su mímica a tomar café y adorna de ideas sus
juegos, se enternece como palma que se recuesta en su regazo, cuando engalana
sus juguetes preferidos.
En
un instante mágicamente se abre de par en par la puerta, tras ella se proyecta
un escenario en el cual las aves del paraíso deambulan por verdes campos, los
árboles de manzana, cubiertos de hojas de plata tintinean al unísono de la
caída de las gotas de rocío, un camino bordeado de flores multicolor le abren
espacio para caminar dentro del sueño.
La
niña camina dando brincos, mientras se interna en el bosque, donde los conejos
le salen al encuentro haciéndole una
ronda, saltan como ella, dejándose acariciar las orejas largas, mientras cantan
melodías de dulce contenido y se detienen frente para saludarla.
Los
cenzontles atrevidos le toman los bucles color oro, le transportan por los
aires hasta las fuentes de glaciales donde las amarillo anaranjadas chorchas
le alegran en un recital de alegres
trinos, invitándola a participar en las danzas de las flores.
El
ejercito de las hormigas cada quien con un pétalo en sus espaldas, le hacen
valla en compañía de las ardillas que
bajan del arco iris para llevarla hasta la punta de un montículo, donde las
otros muñecas le esperan elegantemente vestidos a disfrutar del té de media
mañana. La mesa redonda con adornado mantel rosa, moñas de colores brillantes.
El oso panda, con una servilleta en su brazo, levanta el recipiente y con toda
delicadeza sirve en una tasa de porcelana pintada de almendros, la cucharilla
de plata que se vuelve tornasol, se introduce en el líquido con su cargamento
de azúcar, bailando en su interior para sazonarlo. La muñeca de los ojos
grandes a quien le han pintado las pestañas y las cejas, se agacha y de
cortesía le ofrece el jarrito de leche.
La
niña sentada en el trono de organdí, sacude su servilleta de algodón calado,
muy delicadamente lo coloca sobre sus piernas, con la simplicidad de una dama toma
la tasa con sus dedos, el meñique se queda por fuera señalando hacia el frente,
como un signo de caché. Las galletas apiladas en un canasto, se inquietan, son
las que contienen la jalea real o las adornadas de blanca harina las que se
muestran apetitosa para la refacción. Las abejas que ronronean, se discuten
oficiosas alrededor de la botella de miel, con sus amigos los gorriones que
acurrucados en el frutero del centro, cuchichean, mientras brinca de un lado a
otro.
El
sol ha pintado en óleo el escenario de la campiña y se muestra esplendoroso en
el cenit de la cúpula del cielo, que en escasas nubes muestra su magnificencia.
El viento que no se quiere quedar olvidado sacude las ramas de los árboles para
recordarle a sus amigos lo singular de su brisa. El tiempo de la refacción ha
sido alegre y los actores se retiran tomados de la mano con la niña, el perrito
de peluche, con una cinta de cuero es el que conduce, pero en un momento se
inquieta, dando múltiples vueltas cuando una mariposa se le posa en la nariz y
le altera su regocijo.
La
puercoespín, saluda a la joven, encrespando sus múltiples saetas de su trasero,
cruza su camino seguido de sus crías que asustadas muestran su curiosidad
cuando observan a los miembros de la comitiva. Adelante una cacatúa hace una
perorata, mueve sus alas, grita, estira una de sus patas para llamar la
atención del grupo, mueve incesante su penacho el cual levanta cuando canta. Mueve
de nuevo su pata rascando su ganchudo
pico, haciendo una reverencia sobre los paseantes del lugar.
El
cochinito rosado de alcancía, recorre agitado el tramo de la vereda en búsqueda
de la niña, trastrabilla al encontrarla y una monedas salen de su espalda, lo
hace detenerse, ella presurosa le recoge y le acaricia para reconfortarle, al
acercárselo a su rostro le hace una serie de faciculaciones, algo que la alarma
y la pone en actividad. Cuenta a cada uno de sus juguetes y los conmina a
seguirla, corre de regreso por el caminito hasta donde se encuentran los
árboles de manzana, donde en la mágica nebulosa se encuentra el pasadizo hacia
la realidad.
La
niña se pone de pie y enfrenta a su institutriz, quien la señala con el dedo
índice de su mano derecha, insistiendo en buscar una explicación de su
desaparición. Ella muy quieta, con sus manos en la espalda se niega de
explicar, moviendo su cabeza de lado a lado, haciendo que sus canelones le
acompasan su respuesta.
En
muestras de inquisición, la señora, frunce el seño, muestra en desagrado por su
postura luego le señala que sus zapatillas de charol están cubiertas de lodo,
requiriendo entonces un que pasó?. La niña se asombra, mostrando cuan grandes
sus ojos son, abre su boca la que tapa con sus manos, sale corriendo y se
esconde en el rincón de su habitación, donde viarias lágrimas recorren sus
mejillas. Tira por un lado las zapatillas, se acurruca en su cama, pero el
sueño le hace presa, al reposar por unos momentos, la tarde noche se ha hecho
presente. Despierta, sacude su vestido, se aproxima al espejo de su cómoda y se
atiza el pelo, arreglando sus canelones que recoge sobre sus hombros y en un instante
sale al encuentro de su padre, quien la mira de pies a cabeza, la acaricia y la
besa. Pregunta abriendo sus brazos, el lenguaje de manos le pregunta que ha
hecho de su día.
La
niña le toma de la mano, le hace que se siente en su diván preferido, después
de hacerle un saludo de princesa levantando con sus manos los lados de su
vestido, hincando una de sus rodillas y haciendo una genuflexión, procede a
contarle a través de su mímica las emocionantes aventuras que le ha tocado
vivir, sacude sus manitas sobre su cabeza en señal de alegría, sonriendo
muestras de su gran felicidad.
El
padre de pierna cruzada, toma el bigote y lo entorcha entre sus dedos, es
participante de la amplia alegría del relato, aplaude a mas no poder, luego
abre sus brazos y la invita a refugiarse en ellos, la aprieta en un apapacho y
la arrulla delicadamente. La sienta en sus piernas, donde al darse por enterado
le pregunta por sus zapatos, se queda sin respuesta, se encoge de hombros y
bajando su cabeza, se escapa hasta su habitación. Temerosa por lo que puedan
reclamarle los recoge de debajo de su cama. Sorpresa, están tan limpiecitos
como siempre, los calza y sale de nuevo a encontrase con su padre y se los
muestra, brillan como nunca, pero ella no sale del asombro de lo sucedido,
mientras él le acaricia su cabeza.
Adentro,
en la casa de muñecas, el panda, la muñeca de los ojos pintados, observan por
una de las ventanas, a sus espaldas hay un trapo de limpieza y una caja de
betún. Cuando la niña se acerca, los ve, les guiña el ojo, con su mano junta el
dedo índice con el pulgar y levantando los otros tres, les hace una señal de
aprobación. Dándoles las gracias, por su acción.
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