martes, 6 de agosto de 2013

NO OLVIDEN AL VIEJO


          Allí Estaba, íngrimo y solo en plena oscuridad, sentado a la orilla de la cama, sacudiéndome la modorra, mientras trataba de hacer memoria, hace algún tiempo a estas horas, el abuelo ya estaba de pie, se pasaba por el espejo del lavamanos para recortarse el bigote y quitarse la escasa barba. Le costaba pero luego hacía un esfuerzo en darse un duchazo frío. El era de los que se levantaban temprano, el atuendo que siempre le lucía bien, las botas vaqueras, el sombrero de fieltro de ala ancha, con las pitas que me colgaban por las orejas, era la manera en que él salía a enfrentar la vida, se entusiasmaba cuando después de sacudirse las polainas me daba los buenos días y con un par de gritos me empujaba que me levantara, no muy con ganas me encasquetaba mi ropa y antes de asomarme a la puerta, me pasaba una mano de gato, por la cara.
          Somatando sus espuelas, se dirigía alegremente, así como era él, hasta el pollo de la cocina, donde la abuela nos brindaba un buen pocillo de café. Las tortillas ya se salpicaban encima del comal, el sartén untado de frijoles colados le daban un olor especial a los platos de peltre, que puedo decir de los  sabrosos huevos fritos revueltos, con tomate y cebolla, que nos había preparado.
          Lejos de ser un vago recuerdo, pensaba en la cosas que parecían tan sencillas que daban rienda suelta algunas ocurrencias que ocasionalmente viajaban en los hilos de nuestras vidas, a lo mejor soñaba con mis privilegios que me permitían salir al campo a trabajar con él. Jineteando, en ancas, a recoger el ganado, conducirlo hasta los corrales donde los chivos esperaban en un corral, las vacas  se acomodaban en los pesebres. Me sentaba a la par de su banquito, alertándome y dejando hacer la labor de exprimir la leche de las tetas de los animales, con su ayuda por supuesto. Como me chipoteaba las mis manos, al ver que no realizaba la labor según me la había enseñado.
--- Con fuerza muchacho, con fuerza!---
          Luego se mostraba con paciencia, explicando varias veces el procedimiento, pero algunas veces ,se le acababa el recato y terminaba mandándome a recoger el zacate o las redes de tusas con que las cuales se alimentaban o me tocaba ayudar a los mozos en otras labores o en la conducción de los lloriqueantes chivos para ser amarrados a una de las patas de la nana, mientras concluían el ordeño.
          Los tambos de metal llenos a mas no poder se encaramaban en las bestias de carga para llevarlos al punto donde además del expendio de la leche, se fabricaban los quesos, el requesón, justo es reconocer  los famosos mamachos, trozos de queso envueltos en tortillas recién salidas del comal, que hacía la abuela para mi deleite y de los demás nietos.
          En el lomo de una mula, con su elegante silla de montar, se atravesaba, la vega y parte del pueblecito, mal me caía cuando se detenía  a charlar con algún fulano con quien comentaba por largos momentos hablando de montón de cosas, lo que sería este año la cosecha de manías. Cargado de un poco de aburrimiento, pretendía hacerme el dormido abrazado sus espaldas, me ponía atención puesto que no quería que me cayera al suelo o me gustaba para acelerar la charla, puyarle el trasero a al bestia o hincarle los tacones de mis zapatos en los hijares para hacer que se moviera.
          Retornábamos a la casona donde después de aprender de como los cuidado de los arreos y la silla de montar, terminado eso me hacía el desentendido del resto de las labores, mientras el viejo se tumbaba en la hamaca a repasar sus memorias o en todo caso contarme sus anécdotas. Con sus artríticas manos me tomaba de las piernas hasta botarme, cuando en afán de molestarle le iba a sacudir los lazos de la hamaca de pitas
          Para mi se había convertido en una costumbre o quizás un lujo el poder compartir con la familia de oriente, los periodos de vacaciones de fin de año, a pesar de que la abuela nos abandonó, para irse con el buen Dios. No cabe la menor duda la señora era una santa, la lloraron hasta las campanas de la Iglesia.
          El viejo desde entonces se volvió menos comunicativo, ensimismado, mantenía sus rutinas, de viajar a los terrenos, las cosas relacionadas con las siembra. Había descargado su responsabilidad con lo del ganado. El ordeño se quedó a cargo de otras gentes y las ventas se vinieron abajo, ya que ni el queso se elaboraba en casa.
          Rascando las cercanías al siglo de edad y después de algunas enfermedades como reuma, lo limitaron y  le borraron su actividad,  le cegaron la vista, opacando sus ojos azules, el anciano se vio postrado en cama, ya sus rutinas había desaparecido, perdió todo lo relacionado a salir a la calle Pero nunca perdió la chispa.
          Se mantenía en una butaca de madera, que le colocaban en el jardín con el fin de que se asoleara, tumbado en la hamaca o tradicionalmente en su cuarto, sentado a la orilla de su cama, buscando como entretenerse con el rosario que el cura le había colocado en el pescuezo para tenerlo encomendado a Jesús. Sus comidas eran como las de un bebe, para demostrar su desgano o rechazo por algún menjurje, cerraba su boca y establecía una batalla con la persona que se proporcionaba el alimento, especialmente si no era familia.
          Mis visitas que se volvieron menos frecuentes, por los estudios, además me resultaban insípidas, eran un  tanto azarosas, incómodas al escuchar y a veces al ser partícipes de agrios comentarios sobre el cuidado de viejo.  Discusiones mesiánicas de papeles y de herencias, que de verdad ya no le beneficiaban.
--- Que se vayan de aquí, deciles--- me indicaba la oído,--- que ya los heredé a todos. Que lo hagan cuando ya esté en la caja, o dentro del hoyo!---.
          El abandono y el poco cuidados hicieron que los males de la edad lo redujeran a la mas mínima expresión, sus articulaciones se le endurecieron y sus pensamientos se tornaron vagos y fuera de sí, solamente sus oraciones se hacían eco en repetición, mientras con dificultad rozaba las cuentas del rosario, para enconmendarse al Todopoderoso del mientras sus hálitos empezaron a extinguirse, pero nunca perdió la lucecita de su chispa.
          Como el mismo decía con su disfónica vos:
--- Ya no tardarán en venir a preguntar por mi?---
Y luego complementaba.
--- No van a preguntar como me estoy, Van a preguntar Si ya estoy muerto.---
          Quizás tenía razón el abuelo, llega un momento que las personas ancianas ya ni lástima dan, son estorbo, se vuelven carga, entonces mientras mas alejados los mantengan, no sienten la pena, como que se les deja olvidados.
          Las comunicaciones que esas instancias eran mayoritariamente verbales. Había que pasar personalmente o por lo menos por la puerta del cuarto o sino era pariente por la puerta de la casa a dejar un saludo o hacer la respectiva pregunta. Por supuesto que para los adelantos de la época y no se si por gracia o por desgracia, no había teléfono. Él que dicen que sirve para acortar distancia.
                    Vaya que ironías la de la vida. El Abuelo a Dios gracias ya descansa en paz, lo que me trae a mi memoria un escrito para mis futuros deudos. Genio y figura hasta la sepultura

---QUIZAS ESO ME LLEVE A TENER QUE ESCRIBIR UN TESTAMENTO, COMO MI PADRE, PARA NO DEJAR EN EL TINTERO ALGUNAS COSAS  DE INDOLE PRACTICO Y NO DE NOTARIADO, POR EJEMPLO EL EPITAFIO, ANTES DE QUE SE DEN DE MOQUETASOS EN EL ULTIMO ADIOS.---
   

1 comentario:

  1. Por eso soy fiel creyente que en vida hay que regresar un poco de los que no dieron y compartieron los abuelos en sus años mozos. Para mi la tarea no ha sido facil, pero es la unica manera en que hoy puedo demostrar un poco de gratitud y reciprocidad al cariño y presencia en mi vida.

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