Los
vidrios de la ventana, reflejaban la luz
de las lámparas de gas, mientras los gritos de una mujer se dejaban escuchar,
pujos de parturienta que atizan el esfuerzo de soltar hacia el mundo una
pequeña alma. Dentro de la habitación cuatro personas de capas y capuchas rodeaban
el acontecimiento, tomados de las manos, entonaban cantos y letanías; a su vez
la partera en solidaridad se sostiene de una de las rodillas de la futura madre
para darle el último aliento para que saque al niño. El grito de la mujer se
prolonga angustioso, el sudor le empapa todo el cuerpo, cuando el asistente le
ejecuta la respectiva presión sobre su abdomen, pujo tras pujo, inspiraciones
de jadeo que le cortan el resuello con la fuerza que se le escapa por cansancio.
El
clímax ha llegado la coronilla del bebe se abre paso por el canal del parto,
tras un último soplido de presión, que expulsa en tan solo movimiento cabeza y
cuerpo en su envoltorio natural, el recién nacido da muestras de vida al
declararse en llanto, mientras la comadrona le sostiene de ambos pies para
darle palmadas y hacer su limpieza respectiva.
Envuelto
en varias frazadas, se escucha el llanto sublime del pequeño, que se ve
arropado por uno de los asistentes, mientras tanto la madre se relaja
completamente con el esfuerzo ha perdido el sentido, su respiración se ha
tornado superficial y el sangrado es grande, lo que obliga a la partera a darle
un fuerte masaje en el estómago, para reponer su aliento de vida.
Un
ángel con alas extendidas se aposta en la orilla de la cama, con una espada en
las manos la protege de sus malas intuiciones purifica sus pensamientos, mientras
recoge con su adviento las oraciones de la mujer y la envuelve en un manto de
protección, al ser despojada de su advenedizo.
Ya
en la puerta de la casa se encuentra, la carroza de dos caballos, conductor y
lacayos, las puertas son abiertas para los encapuchados quienes con el niño en
brazos hacen su ingreso. El sonido de un látigo y la sacudida de de las riendas
hacen que se ponga en camino. Un vigoroso grito de ARRE! hace que se alejen
furtivos para desaparecer velozmente oculto en las sombras de la noche.
La
pálida luna ha hecho su ingreso a la escena, los cantos de los tecolotes se
dibujan en el firmamento, cuando las ráfagas de gélido viento se esparcen a
través de las arboledas que rodean el antiguo castillo que se muestra en lo
alto de una colina, como punto de destino del viaje. El niño, el recién nacido,
grita desaforadamente, dentro de una cuna cubierta con un manto, hay un signo de Ankah, que es una cruz, con un
abertura en el centro que cuelga en la pared de la habitación.
La
antigua arquitectura gótica, pintada de humo de candelas, enorme cúpula de
grandes alas oscuras cubiertas de virales multicolores que esconden en sus
pasillos antiguos santos; parte del monasterio motivado de silencio, con
penetrante olor a incienso se yergue suntuoso, cargando cortinaje con escudos
adornados con heráldica de los reinos Con los cuatro arcángeles haciendo valla
en los alrededores del altar principal.
Las
monjas caminan en parejas por los pasajes cerrados que conducen hasta el centro
de la capilla, como cartuchos uniformadas se desplazan para ocupar las bancas de
madera que se apostan detrás de la tarima donde se reposan los sillones de
terciopelo y oro que son ocupados por el ostentoso monarca de turno, que se
hace acompañar por el séquito de lambiscones de su corte.
Las
novicias escogidas se levantan de los reclinatorios e ingresa humildemente hasta
la sacristía, son el apoyo y asistencia del sacerdote, con toda delicadeza y oficiosamente
acarrean la biblia, el copón de oro, los recipientes de agua y vino para
utilizar en la consagración. Con la participación de uno de los acólitos, que
porta el recipiente, avivan las brazas soltando los granos de los aromatizantes
dentro del incensario, donde arden convirtiéndose en humo para la celebración.
La joven en su trayecto hacia el altar pasa junto al monarca, quien insistente
le observa el rostro, ella agachada en sumisión, cubierta con un manto, que le llega
hasta los hombros. Le interrumpe su paso interponiéndose en su camino la
detiene, con su mano, cubierta por un
guante de felpa y cargado de anillos en cada dedo, le levanta la cara la ve
seducido por su belleza, le permite continuar en su trayecto.
El
jefe de la guardia real, bajo instrucciones precisas se escurre como incógnito
en compañía de secuaces soldados hasta los salones de la sacristía, donde
sorprenden a las monjas, en un decir amén, una de ellas es vapuleada junto al
acólito y lanzados al suelo, a la vez que la otra es maniatada y envuelta en
una cortina... Por la puerta posterior de la capilla dos hombres transportan un
bulto que se mueve fuertemente con la intención de liberarse, pero es en vano,
como saco de patatas, es lanzado sobre carretón lleno de pacas de heno, que
luego es alejada a galope por los disfrazados soldados.
El
acontecimiento que causó alarma no se hizo esperar, los miembros de la iglesia,
junto a las monjas se escandalizan por la desaparición de la novicia. Urgen a
las autoridades a actuar en estas circunstancias. Es ordenado por el propio
Rey, perseguir a los supuestos forajidos autores del secuestro, las proclamas
no se hacen esperar, pero la monja ha desaparecido, se la ha tragó la tierra.
Allá
en la distancia, en los bosques de la hondonada donde las arboledas que rodean
el antiguo castillo que se muestra en lo alto de una colina, se abre una
puerta, un carretón cubierto de heno pasa por el umbral de las rejas metálicas
que fortalecen el zaguán, en un callejón que lleva a un caracol de escalinatas,
el bulto cargado por los forajidos asciende hasta la cúpula. El aldabón de una
puerta se destraba y en una celda oscura, es soltada la prisionera, quien
lamentándose de sus golpes y lastimaduras se arrastra hasta un rincón.
Los días pasan, el único contacto es cuando le
llevan un vaso de agua, con un pedazo de pan, nadie le dirige la palabra, ella
no comprende lo que le pasa y permanece sumida en sus pensamientos, las heridas
le han cicatrizados, pero su fe a pesar de los infortunios le hace permanecer
firme con sus creencias. Con la escasa luz que le penetra a través de un
agujero en la pared, le da por enterada del día y la noche, aprovechando en
periodo de luz se encomienda, inquebrantable se hinca y repasa sus oraciones,
pidiendo piedad o quizás perdón a su
Dios.
Llevada
en compañía de dos mucamas fuera de su cautiverio a un salón de amplios ventanales, con lujo de fuerza es
despojada de sus hábitos obligándola a introducirse en una tina de agua tibia,
donde sin oponer resistencia recibe un baño con esponjas y sales aromáticas,
Acto seguido es cubierta con ropas elegantes de lino, mientras peinan sus
cabellos, se sienta en una butaca, las lágrimas de sus ojos recorren sus
mejillas al sentirse indefensa en la perdida de sus pudor ante las demás.
Las
damiselas cumplida su labor de embellecimiento la llevan con engaño a través de
un pasadizo secreto, hasta la alcoba del monarca, quien la recibe apostado en
su cama. Cuando ella se da cuenta las mucamas han desaparecido y la puerta ha
sido cerrada por el lado de adentro, intenta volver por donde llegó pero es
materialmente imposible, se escurre a uno de los rincones, el maligno Rey se le
acerca, la acorrala, ella se resiste al dispone a enfrentarlo, se postra ante
sus pies y le suplica piedad….
En
un altar de sacrificios es engrilletada, sobre el signo del Pentagrama
invertidos, en cuyas puntas se queman 5 grandes velas. Con una garra del mal es
rasgada su vestimenta hasta dejarla completamente desnuda. Aunque lucha por
defenderse, sufre de un desmayo, mientras el maligno envuelto en una vestimenta
negra con forros rojas se eleva sobre su cuerpo, mostrando su pata de cabro. En
el fondo las cortinas negras se sacuden como trueno, mientras él consuma el
acto, que dibuja el signo del mal, en el vientre de la joven.
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