El
mástil es levantado en una enorme cancha, las garrochas y gruesos lazos ayudan
a instalar las carpas, que se hinchan con el esfuerzo de los trabajadores, de
ponerse en pie teatro de la felicidad. Justo muy de mañana, los hombres, junto
a los caballos hacen su mejor esfuerzo para dar vida escenario que poco a poco
se convierte en el brillante escenario ambulante, mientras el sol se hace
radiante por su trayecto de la mañana, da cabida al justo premio de todos,
conforme a lo planeado se logrado con esfuerzo levantar el gran teatro, elegante,
imponente y hasta con una banderita en las tres puntas.
Los
fortachones golpean con sus mazos las estacas para tilintear los cables que
sostienen a toda prueba las provisionales paredes que envuelven a las pistas
del espectáculo. Las butacas son ordenadas como un abanico semicircular,
buscando la mejor visibilidad para los asistentes. Los menos afortunados se acomodarán
en las galerías, un espacio de tablas para que disfruten de todo, en las alturas.
Se
anuncia que es el día de la apertura, con el mejor propósito los artistas de
variadas actividades se preparan alegremente, con sus vistosos vestuarios,
máscaras y pintas que darán vida a la función. Ya la promoción se ha desplegado
por la ciudad, invitando a los habitantes y especialmente a los niños, para que
participen de la fiesta. Las banderillas se sacuden por el viento que rodean
todo el ambiente de la entrada, donde los asistentes hacen de la venta de los globos multicolores, las
tiendas de las palomitas de maíz y las carretas de helados que forman una
barrera en el pasadizo de la entrada del circo.
Los chiquillos con alguna chuchería
en mano, son acompañados por los padres quienes le guían en la búsqueda del
número de su butaca, donde van a instalarse para hacer tiempo para el inicio
del show. La música del organillero se deja escuchar en el fondo del teatro y
luego la banda en un lugar privilegiado en la parte superior del escenario,
suelta algunas notas para afinarse. La algarabía se hace presente cuando en
punto de las tres de la tarde se inicia el jolgorio.
La
banda se propone en una marcha con redoblantes, luces, cámara y acción, mientras
el telón principal se abre, dando paso al mariscal, con sus guerrera color
rojo, con charreteras de botones y tiras doradas, su bombín en lo alto de su
cabeza. Con su paso de ganso inicia el desfile, la batuta se mueve en todas
direcciones mientras dispone de colocase
al centro del escenario donde el podio le deja en alto para dirigirse a la
concurrencia. Después del anuncio respectivo y las fanfarreas de la música
hacen su ingreso los mas dilectos artistas, los volatines, los trapecistas y
las bailarinas, pero el público estalla en aplausos cuando dentro de un fingido
auto hecho de cartón, entran los alegres payasos, haciendo toda clase de
gracias, la delicia de los chicos y grandes.
La
presentación continúa, el cambio de la música es espectacular, se vuelve mas
cadenciosa mientras la manada de elefantes ingresa a la pista, agarrados de la
trompa y cola, se balancean dando una ronda para saludar, con sus gritos. Los
camellos son los que continúan, halados por
individuos vestidos de beduinos, luciendo en su lomo, odaliscas de velos
exóticos, sobre las sillas bellamente adornadas y cubiertas de tejidos persas.
Los
aplausos continúan, cuando en el siguiente grupo hacen su aparición, los magos,
prestidigitadores, con sus capas de satín mostrando a las palomas y conejos que
sacan de sus mágicos sombreros. Una jauría de pequeños perros corre
alocadamente por delante del guía, que los comanda con cordeles prendidos en su
cuello, mostrando sus habilidades de caminar en dos patas en su trayecto por la
pista. Se cierra el desfile con la entrada de dos jaulas de barrotes gruesos,
que contienen a las estrellas del circo, los leones africanos, que
desperezándose, muestran sus fauces para intimidar a los asistentes, mediante
sus gruñidos.
Cerrado
el primer intermedio, saltan a la pista, las hermosas damas con gatubelos
antifaces y pequeños bikinis, adornados con pedrería en su escasa vestimenta.
Con la agilidad que le caracteriza suben a través de una escalera, con gracia y
figura, mostrando sus atributos de belleza, hasta llegar donde los columpios se
desprenden del cielo. Saludando con sus manos al aire, se deslizan a través del
trapecio que con su habilidad propia, hacen las piruetas necesarias, parte de
las delicias de los observadores, que con grito de Ahhhhh!!!. Corean las
peripecias. Las otras chicas se contornean tomadas de un asa en un cable y dan
vueltas a mas no poder, mientras alguien les mueve circularmente la cuerda,
circulando por los aires en sentido horizontal.
Entre
una carrera y la otra, hacen su segunda aparición los paquidermos, que
acompañados de los domadores, son obligados a montarse en el lomo y soltar un
grito mientras levantan sus mocos. Dan media vuelta y luego bailan al compás de
las notas de la banda, se suben a unos cubos donde apenas les caben las patas, levantándose sobre sus patas traseras en equilibrio. Los payasos ya han hecho su ingreso, el de
cara alegre, que no le cabe la sonrisa en el rostro, con su sombrero de Bombin, color rojo, que
levanta en su saludo, pantalón de bolitas blancas y verdes con tirantes, los
larguiruchos zapatos de punta de charol, el mas pequeñito de todos con una
pijama amarilla con grandes botones azules, con una borla bicolor en la nariz
con cejas de color blanco que le bordean los ojos, desde el final de los
cachetes, sopla con todo fervor un espanta suegras, que se desenrolla emitiendo
un chirrido, entre los pantalones de sus compañero, que salta y cae sentado,
somatando su trasero en la pista. El público muerto de la risa, celebra las
gracias de los pancracistas, sobre todo cuando en medio de la pista se
enfrentan en un combate son sendas paletas, que las truenan sobre la cara,
donde botan las cachuchas y al tratar de levantarlas, le aciertan sendos golpes
en el fundís que los hace caer de bruces. Es toda una algarabía, los pequeños
disfrutan en medio de sus carcajadas la gracia de los actores.
Después
de un breve receso, la jaula mayor es armada en medio del escenario, la música
se torna expectante, mientras a través de un túnel los felinos son llevados a
escena , el domador , entra en el espacio, con una silla en una mano y un
látigo en el otro, ante el asombro del público, mueve con toda agilidad el
cincho y obliga a los leones a subirse en los cubos y mientras lo amenaza con
la silla, el animal responde dando de manotazos y lanzando fuertes gruñidos. La
gente se espanta cuando uno de los feroces brinca hacia el lugar donde se
encuentra el capitán que dando un brinco hacia las orillas, le comanda regresar
a su lugar con un chicotazo que revienta en el suelo y hace obedecer a la
bestia. Dejando los atuendos se acerca a uno de los leones, le golpea en las fauces
y lo obliga a abrir la boca, tras una tanda de redoblantes para darle emoción
al acto, le acerca el brazo y prácticamente se lo introduce entre los dientes.
Y la concurrencia estalla en aplausos, para finalizar el acto el domador hace
la invitación al público
si estarían dispuestos
a tocarle los
( hue…), digo colmillos al león?.
El
último cuarto se desarrolla antes de terminar con el espectáculo. Los magos que
desaparecen cosas, pañuelos de varios colores que se engalanan al ser sacados
de la boca, los hábiles con las cartas que convierten los corazones negros en
la mente de los que ven, o sacan de la oreja de un niño de la primera fila una
moneda que después regalan. Vienen entonces las odaliscas, con velos
transparentes, ellas hacen su ingreso al centro de la pista. Con música arabesca
de cítara se envuelven en una danza, con el rostro cubierto, donde se ven
únicamente sus grandes ojos, muestran sus esculturales cuerpos de tinte moreno,
en la translucida seda que con las luces especiales del escenario les hace
lucir la belleza de las curvaturas, en el movimiento circular del baile de
cintura, con la exposición de los anillos que penden de su ombligo.
La
música se detiene y las luces desaparecen, dejando en plena oscuridad el
recinto, un silencio invade el lugar, de pronto en el centro de la pista un
reflector hace su destello mostrando al Mariscal, con sus brazos en alto, este
es el acto final, luego incita al público a brindar un nutrido aplauso, para
dar paso a que se encienden las luces y todos los participantes aparecen rodeándole
en un saludo colectivo, inclinándose, lanzando besos, las múltiples carcajadas
de los payasos que culminan con el agradecimiento a los asistentes. La
maravilla del espectáculo ha finalizado, el recuerdo de los niños será
imperecedero.
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