martes, 25 de junio de 2013

LA GRACIA DEL CIRCO



          El mástil es levantado en una enorme cancha, las garrochas y gruesos lazos ayudan a instalar las carpas, que se hinchan con el esfuerzo de los trabajadores, de ponerse en pie teatro de la felicidad. Justo muy de mañana, los hombres, junto a los caballos hacen su mejor esfuerzo para dar vida escenario que poco a poco se convierte en el brillante escenario ambulante, mientras el sol se hace radiante por su trayecto de la mañana, da cabida al justo premio de todos, conforme a lo planeado se logrado con esfuerzo levantar el gran teatro, elegante, imponente y hasta con una banderita en las tres puntas.
          Los fortachones golpean con sus mazos las estacas para tilintear los cables que sostienen a toda prueba las provisionales paredes que envuelven a las pistas del espectáculo. Las butacas son ordenadas como un abanico semicircular, buscando la mejor visibilidad para los asistentes. Los menos afortunados se acomodarán en las galerías, un espacio de tablas para que disfruten de todo, en las alturas.
          Se anuncia que es el día de la apertura, con el mejor propósito los artistas de variadas actividades se preparan alegremente, con sus vistosos vestuarios, máscaras y pintas que darán vida a la función. Ya la promoción se ha desplegado por la ciudad, invitando a los habitantes y especialmente a los niños, para que participen de la fiesta. Las banderillas se sacuden por el viento que rodean todo el ambiente de la entrada, donde los asistentes hacen de  la venta de los globos multicolores, las tiendas de las palomitas de maíz y las carretas de helados que forman una barrera en el pasadizo de la entrada del circo.
Los chiquillos con alguna chuchería en mano, son acompañados por los padres quienes le guían en la búsqueda del número de su butaca, donde van a instalarse para hacer tiempo para el inicio del show. La música del organillero se deja escuchar en el fondo del teatro y luego la banda en un lugar privilegiado en la parte superior del escenario, suelta algunas notas para afinarse. La algarabía se hace presente cuando en punto de las tres de la tarde se inicia el jolgorio.
          La banda se propone en una marcha con redoblantes, luces, cámara y acción, mientras el telón principal se abre, dando paso al mariscal, con sus guerrera color rojo, con charreteras de botones y tiras doradas, su bombín en lo alto de su cabeza. Con su paso de ganso inicia el desfile, la batuta se mueve en todas direcciones mientras  dispone de colocase al centro del escenario donde el podio le deja en alto para dirigirse a la concurrencia. Después del anuncio respectivo y las fanfarreas de la música hacen su ingreso los mas dilectos artistas, los volatines, los trapecistas y las bailarinas, pero el público estalla en aplausos cuando dentro de un fingido auto hecho de cartón, entran los alegres payasos, haciendo toda clase de gracias, la delicia de los chicos y grandes.
          La presentación continúa, el cambio de la música es espectacular, se vuelve mas cadenciosa mientras la manada de elefantes ingresa a la pista, agarrados de la trompa y cola, se balancean dando una ronda para saludar, con sus gritos. Los camellos son los que continúan, halados por  individuos vestidos de beduinos, luciendo en su lomo, odaliscas de velos exóticos, sobre las sillas bellamente adornadas y cubiertas de tejidos persas.
          Los aplausos continúan, cuando en el siguiente grupo hacen su aparición, los magos, prestidigitadores, con sus capas de satín mostrando a las palomas y conejos que sacan de sus mágicos sombreros. Una jauría de pequeños perros corre alocadamente por delante del guía, que los comanda con cordeles prendidos en su cuello, mostrando sus habilidades de caminar en dos patas en su trayecto por la pista. Se cierra el desfile con la entrada de dos jaulas de barrotes gruesos, que contienen a las estrellas del circo, los leones africanos, que desperezándose, muestran sus fauces para intimidar a los asistentes, mediante sus gruñidos.
          Cerrado el primer intermedio, saltan a la pista, las hermosas damas con gatubelos antifaces y pequeños bikinis, adornados con pedrería en su escasa vestimenta. Con la agilidad que le caracteriza suben a través de una escalera, con gracia y figura, mostrando sus atributos de belleza, hasta llegar donde los columpios se desprenden del cielo. Saludando con sus manos al aire, se deslizan a través del trapecio que con su habilidad propia, hacen las piruetas necesarias, parte de las delicias de los observadores, que con grito de Ahhhhh!!!. Corean las peripecias. Las otras chicas se contornean tomadas de un asa en un cable y dan vueltas a mas no poder, mientras alguien les mueve circularmente la cuerda, circulando por los aires en sentido horizontal.
          Entre una carrera y la otra, hacen su segunda aparición los paquidermos, que acompañados de los domadores, son obligados a montarse en el lomo y soltar un grito mientras levantan sus mocos. Dan media vuelta y luego bailan al compás de las notas de la banda, se suben a unos cubos donde  apenas les caben las patas, levantándose  sobre sus patas traseras en equilibrio.  Los payasos ya han hecho su ingreso, el de cara alegre, que no le cabe la sonrisa en el rostro, con  su sombrero de Bombin, color rojo, que levanta en su saludo, pantalón de bolitas blancas y verdes con tirantes, los larguiruchos zapatos de punta de charol, el mas pequeñito de todos con una pijama amarilla con grandes botones azules, con una borla bicolor en la nariz con cejas de color blanco que le bordean los ojos, desde el final de los cachetes, sopla con todo fervor un espanta suegras, que se desenrolla emitiendo un chirrido, entre los pantalones de sus compañero, que salta y cae sentado, somatando su trasero en la pista. El público muerto de la risa, celebra las gracias de los pancracistas, sobre todo cuando en medio de la pista se enfrentan en un combate son sendas paletas, que las truenan sobre la cara, donde botan las cachuchas y al tratar de levantarlas, le aciertan sendos golpes en el fundís que los hace caer de bruces. Es toda una algarabía, los pequeños disfrutan en medio de sus carcajadas la gracia de los actores.
          Después de un breve receso, la jaula mayor es armada en medio del escenario, la música se torna expectante, mientras a través de un túnel los felinos son llevados a escena , el domador , entra en el espacio, con una silla en una mano y un látigo en el otro, ante el asombro del público, mueve con toda agilidad el cincho y obliga a los leones a subirse en los cubos y mientras lo amenaza con la silla, el animal responde dando de manotazos y lanzando fuertes gruñidos. La gente se espanta cuando uno de los feroces brinca hacia el lugar donde se encuentra el capitán que dando un brinco hacia las orillas, le comanda regresar a su lugar con un chicotazo que revienta en el suelo y hace obedecer a la bestia. Dejando los atuendos se acerca a uno de los leones, le golpea en las fauces y lo obliga a abrir la boca, tras una tanda de redoblantes para darle emoción al acto, le acerca el brazo y prácticamente se lo introduce entre los dientes. Y la concurrencia estalla en aplausos, para finalizar el acto el domador  hace  la  invitación al  público  si  estarían  dispuestos  a  tocarle  los
( hue…), digo colmillos al león?.
          El último cuarto se desarrolla antes de terminar con el espectáculo. Los magos que desaparecen cosas, pañuelos de varios colores que se engalanan al ser sacados de la boca, los hábiles con las cartas que convierten los corazones negros en la mente de los que ven, o sacan de la oreja de un niño de la primera fila una moneda que después regalan. Vienen entonces las odaliscas, con velos transparentes, ellas hacen su ingreso al centro de la pista. Con música arabesca de cítara se envuelven en una danza, con el rostro cubierto, donde se ven únicamente sus grandes ojos, muestran sus esculturales cuerpos de tinte moreno, en la translucida seda que con las luces especiales del escenario les hace lucir la belleza de las curvaturas, en el movimiento circular del baile de cintura, con la exposición de los anillos que penden de su ombligo.
          La música se detiene y las luces desaparecen, dejando en plena oscuridad el recinto, un silencio invade el lugar, de pronto en el centro de la pista un reflector hace su destello mostrando al Mariscal, con sus brazos en alto, este es el acto final, luego incita al público a brindar un nutrido aplauso, para dar paso a que se encienden las luces y todos los participantes aparecen rodeándole en un saludo colectivo, inclinándose, lanzando besos, las múltiples carcajadas de los payasos que culminan con el agradecimiento a los asistentes. La maravilla del espectáculo ha finalizado, el recuerdo de los niños será imperecedero.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario