jueves, 20 de junio de 2013

PAJARITO



          Muy de mañana, al abrir la ventana de mi estudio, encontré un pajarito de plumas café amarillentas que quizás fatigado se recostaba sobre su costado y estiraba lentamente una de sus alas. Sorprendido lo tomé entre mis manos, donde aún hizo un esfuerzo de escaparse, pero le coloque la otra mano para cubrirlo, estaba frío, su respiración era agitada, soplé entre los dedos con el fin de darle aliento tibio, hasta que se quedo quieto. Construí dentro de una caja un nido, utilizando un pedazo de servilleta de tela típica, lo acomodé a manera de no lastimarlo y lo cubrí con la misma.
          Pasaron una horas, luego al descubrirlo, saltó, pero tambaleándose, cayó de lado, lo volví a arropar manteniendo descubierta su cabeza y lo coloque donde una rayo de sol le brindara calor. Dentro del mismo cajón le instalé una tapadera plástica con agua y con unos granos de arroz molido para su alimento.
          Salía del cajón brincando, al revisarlo encontré que una de sus alas se encontraba lastimada y eso no le permitía alzar el vuelo, con mucha delicadeza le coloque ceniza a manera de curación, pero cada vez que lo devolvía al cajón, se salía como pidiendo su libertad. Opté por dejarlo suelto, pero aun así cuando tenía sed o hambre saltaba dentro de la caja. Muchas veces le encontré intentando volar hacia la ventana pero caía nuevamente a la mesa donde estaba el espacio que le había puesto como nido. Amanecía acurrucado en la orilla de la caja, esperando la llegada del día para intentar su escapatoria.
          Una de esas noches en las cuales el insomnio no me había permitido cerrar los ojos, inicie el día con esa modorra que te da el desvelo, al voltear a ver a su nido, observé que había desaparecido. Restregué mis ojos y me pasé un pañuelo sobre las ojeras que me llegaba hasta los cachetes. No estaba, estimé que había recuperado su fuerza y había logrado escapar por la ventana, salí al patio con el objeto de corroborar su salida pero la búsqueda fue infructuosa. ¡Se fue!, pensé.
          De regreso a mi habitación, en medio de la soledad, donde el silencio se hacía evidente, un piído me hizo llamado de atención, inicié búsqueda en el suelo, a gatas me movilicé por el suelo, junto a la pared donde se encontraba la ventana, detrás de la pata de la mesa de noche, lo encontré atorado, creo que se alegró al verme, le tomé nuevamente y después de reprenderlo, lo revisé y luego lo puse en su cajita. Se quedó quieto, sobre los trapos, como aceptando su culpabilidad de la escapatoria, sacudió su plumaje, el cual había sufrido deterioro por la caída y dio un brinco en búsqueda del suministro de agua.
          Han pasado los días, le vi pasar de un lado a otro, ya intenta hacer algunos vuelos, aun se le ve algo atontados, sin embargo debe de ser ya tiempo que busque su salida.
          Lo he escuchado cantar, sus trinos me han hecho voltear a ver y buscarle, lo encontré en la orilla de la ventana, quizás su silbatina me está diciendo que era la despedida, que pronto abandonaría la casa y que quizás nunca más lo volveré a ver. Me acerqué y alzó el vuelo, dio media vuelta dentro de la habitación y después de un acrobático columpio se posó momentáneamente en la ventana y luego desapareció en el espacio. Asomé mi cabeza para seguir su trayectoria en las afueras del jardín, allí se detuvo una vez mas en los tallos de un geranio, volteó a verme y voló hasta perderse de vista.
          Se dejó venir el invierno, mis achaques me obligaron a mantenerme mas tiempo en cama, cuando tenía fuerzas de levantarme me sentaba junto al escritorio donde en un cuaderno depositaba mis experiencias y expresaba mis ideas a través de los escritos. A veces me pasaba horas enteras acompañado de un candil de gas, tratando de poner en orden mis ideas y reflejar mediante mis letras versos, fábulas.
          Calentaba un tazón de café de pusunque viejo, el que aderezaba con  licor, que en ocasiones me funcionaba para evitar la tos y me calentaba el pecho, cuando este me silbaba. Bueno a veces se me pasaba la mano, terminando ebrio. Más de una vez amanecí dormido sobre mi brazo, con la pluma en mi mano, que a través de una línea tinta que prolongaba una letra que había sido la última expresión de un escrito previo a quedar privado por el sueño. El frío era el que hacía levantarme, luego de comer algo, me acomodaba un despilfarrado abrigo y me tiraba sobre la cama  a seguir durmiendo la mona.
          De bondad no se muere, mi vecina muy acomedida, me llevaba un buen caldo de pollo o algunos tazones de atol, cuando se percataba que no salía ni a la tienda a procurarme los alimentos, quizás el mayor esfuerzo era cuando un soleado medio día, me animaba a ir de compras a la tortillería, pasaba por la tienda a traer un pedazo de queso, un par de huevos para cocinar y el infaltable octavo de India. Mi remedio.
          Cierta mañana tocaron a mi puerta, no muy de buena gana fui a atender, era la vecina, que llevaba en sus manos una taza de brebaje, que tenía un olor a azufre. Me dijo que había estado con la armonía, pues esos últimos días me había escuchado toser demasiado y que la mezcla me iba caer bien. Era de agradecerle a la santa señora. Talvez no tanto después de haberlo ingerido el chunche, pues tenía un sabor a muerte, que hacía que uno se arrepintiera  hasta de los mas hondos pecados.
          Conforme los días transcurrieron y el ciclo de la primavera se hizo presente, la temperatura se hizo agradable, amanecía hasta con deseos de darme un duchazo, sacar todos los vejestorios de ropa que tenía y enfrentarme adecuadamente a la vida, conseguí por allí una maquina de afeitar con la que saque todo lo que era barba y bigote de mi cara. Hice una profunda limpieza de mi cuarto, ordenando incluso mis pensamientos, sacudí la librera que contenía mis libros, tesoros de lectura que en alguna ocasión me habían servido de entretenimiento, de donde había aprendido tanto.
          El tiempo y la enfermedad me hicieron mella, pronto me vi atacado por otro episodio de índole pulmonar, la fiebre me hizo estragos, con todo y los accesos paroxísticos de tos, me vi forzado a permanecer tirado en la cama, la sudoración profusa especialmente nocturna me hacía temblar a pesar de arroparme con varios ponchos.
          En medio de las pesadillas que me causaba la temperatura alta, me obligaba a levantarme para consumir algo de líquido. La desesperación de mi estado me hacía dar círculos dentro de la habitación, de paso abrí la ventana para dejar pasar la ventilación y el aroma de las flores que crecían silvestres en el jardín, eso me aliviaba cuando el viento hacía su ingreso y refrescaba mi memoria. Pero la bendita tos era tan evidente, no me dejaba en paz que acompañado con el dolor que me golpeaba el pecho, era un sufrimiento constante.
          Cuantas horas transcurrieron no lo se, me quede tirado a media habitación, hasta que sentí que algo arañaba mi cabeza, traté de sacudirme el pelo con las manos, hasta que oí el suave murmullo de un silbido, el silbido conocido de un pajarito, que me rascaba la cara y me picoteaba el cuero cabelludo. Era el coronadito a quien yo había cuidado. En otras palabras me obligó primero a sentarme y luego a ponerme de pie, para que a tropes y empujones me hizo llegar hasta mi cama. Me acariciaba, saltando sobre mis manos. Estaba hecho una piltrafa, por lo que me sacudí la melena y trate de disfrazarme  el sueño, mostrando una sonrisa por la acción del pajarito que desapareció nuevamente a través de la ventana..
          En la puerta se dejaron escuchar varios toquidos, al ver que no había respuesta, empujaron hasta que la puerta cedió, eran la vecina, venía acompañada de de dos personas, quienes llegaba a investigar que era lo que sucedía, se acercaron hasta mi lecho donde me encontraba postrado, me tocaron el cuello, pero los signos de vida ya habían desaparecido, estaba muerto, la rigidez del cuerpo se empezaba a manifestar.
          El pajarito permanecía en el espacio de la ventana, se posó en la cabecera, rascaba picoteando la cabeza de su amigo, pero ya no había respuesta. Observando su actitud uno de los visitantes le vio y comentó.
---Ese pajarito había llegado innumerables veces a la ventana de mi casa, volando y cantando, daba vueltas en mi habitación y me hacía que lo persiguiera, él fue quien me hizo llegar a este lugar…

          En el cementerio de la localidad, se ha estrenado tumba, es un volcán de tierra que se señala con una cruz de madera, no tiene flores, solo hay un pajarito, que canta tristemente a su amigo el poeta.

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