Los
aires fríos de Noviembre se deslizaban a través de los corredores de la casona,
el sonido de las láminas que desprendidas en alguna medida, sacudían los
embates de las ventiscas.
Antonio
se encontraba en el disfrute de sus vacaciones de fin de año, aun enchamarrado
en su cama, durante su último pestañazo. El sol aun no se instalaba a lo largo
del oriente y tímidamente penetraba sus rayos de calor a través de las
ventanas.
El
ruido de trastos, caída de cubiertos, el
movimiento de sillas se dejaba escuchar en el fondo de la cocina donde una
muchacha, se apresuraba en la confección de la comida.
---Antonio --- gritó --- es hora de
levantarse, ya es tarde, patojo!, el desayuno esta servido….
No
muy de buena gana, el chico se sentó a la orilla de la cama, buscando sus
chancletas, se dio un estirón y se dirigió hasta el baño. Al salir aun
restregaba sus ojos con una toalla, para despabilar la modorra del haberse
acostado tarde viendo la televisión.
Se
acercó hasta la mesa del comedor donde frente a su silla se encontraba un plato
donde reposaban un huevo estrellado y una pequeña maleta de frijoles, las
tortillas humeaban dentro del canasto cubierto por una manta y un recipiente
con frescas champurradas.
--- Hay muchacho, tenés una cara de
no haber dormido… aquí está tu tazón de atole con leche, está caliente no te
vayás a quemar la trompeta.--- luego le sacudió la cabeza, para enderezarle los
cabellos que se encontraban alborotados.
--- Me quede viendo tele hasta muy
tarde… la verdad, no me quería levantar--- lanzó un bostezo, que casi se traga
a la mucama y se armó de sus cubiertos para hacerle el honor a la comida.
Se
levantó parsimoniosamente, arrastrando los pies, se dirigió hasta su
habitación, no sin antes pasar en el cuarto de sus padres, se detuvo en el
dintel de la puerta, cuando de pronto un escalofrío le recorrió toda la espalda
hasta llegarle hasta donde el espinazo cambia de nombre. En el fondo del cuarto
una sombra se corrió escurridizamente por los rincones hasta desaparecer en el
frente del ropero.
Se
alertó, con la piel eriza como pellejo de gallina, se quedó sin habla mas que
petrificado, cuando recuperó la compostura penetró a la habitación y se
dirigió, hasta donde se encontraba el mueble, era un de esos roperos antiguos
de tres cuerpos, con sendos espejos que cubrían las dos puertas laterales, una
de las cuales permanecía abierta hasta la mitad, husmeó en su interior, donde
colgaban un par de vestidos viejos y una cruz de cibaque clavada en uno de los
costados, lo único que percibió fue el olor a cedro y la naftalina que se usaba
para alejar a los bichos, las polillas
que se escondían en el mueble. Mas que asustado e intrigado, golpeo la
puerta, para cerrarla, la llave cayó al suelo,
se agachó a recogerla y esta se
volvió abrir, luego de empujarla con fuerza, le dio vuelta a la llave hasta
cerrar la chapa.
Salió
un poco mas que a paso ligero, regresando hasta donde se encontraba la
muchacha, que al verlo lo sintió extraño, las canillas le temblaban y cargaba
una cara de susto.
--- Tonito… algo te pasó, estás rete
pálido, peor si te espantaron?---
---Ni te imaginas vos Lipa… será que
vos dejaste abierto el ropero del cuarto de mi mamá?---
--- Nooo…que va y pa´que lo iba a
hacer…, además yo casi no entro en ese cuarto, pues cada vez que hago limpieza
empiezo a sentir cosas raras. Allí dicen que espantan hasta de día…
---Pues fijate que si, acabo de ver
una sombra que se metió en el ropero y por eso te pregunté si lo habías dejado
abierto… sabes que extraño me sentí raro, pero la verdad es que no me dio
miedo.
--- Si Tonito es el espíritu de una
niña, hija de un tu antepasado que dicen que hace mucho tiempo, para protegerla
de la guerra la dejaron encerrada allí adentro, la olvidaron y falleció, su
alma permanece por allí flotando y sale ocasionalmente de su encierro, cuando
se abre el ropero…
Era
principios del siglo XIX, las revueltas independentistas se gestaban a lo largo
de todo el país. Los soldados y las autoridades que representaban en ese
entonces a la corona española, habían impuesto estado de sitio, debido a los levantamientos del pueblo; a
través de cruentas ataques, había controlado las revueltas en las calles de la
ciudad y se dieron a la tarea de destruir a los grupos, seguir a los hombres
involucrados con el creciente llamado a la libertad.
. Los grupos de desafectos, en su mayoría
criollos se eran detenidos y otros cuantos pasados por las armas, los que
lograron escapar permanecían ocultos en las montañas. Era un caos, ya que habían
ordenes expresas de sofocar a toda costa lo que dieron por llamaron rebelión en
contra de la corona de España y desaparecer o encarcelar a los dirigentes.
Muchos
de estos personajes, dirigentes que permanecieron en el anonimato, huyeron
hacia el interior, otros lograron esconderse en sus propias casas, con el fin
de proteger a sus familias de las atrocidades de la gendarmería al mando de la Capitanía general.
Durante
los cateos casa por casa, en toda la ciudad, irrumpían con lujo de fuerza, los
soldados se daban a la tarea de destruir cuanto encontraban a su paso, capturando
a empleados y sirvientes, haciéndoles correr la misma suerte que sus patrones. La
mayoría de las víctimas eran personas inocentes, que no tenían que ver con los
sucesos. Los hombres que se resistían a la captura eran fusilados en el
interior de sus domicilios, mientras las mujeres eran engrilletadas y
arrastrada hasta ser llevadas prisioneras a los separos de la policía o a las cárceles del lugar.
Era
una de esas tardes violentas, la puerta del zaguán de la residencia fue
derribada por la fuerza e hizo su ingreso de un piquete de gendarmes al mando
de un capitán. Bajo sus feroces ordenes penetraron a lo largo de los corredores
y habitaciones de la casa, conminando a cuantos se ponía a su paso, sometiendo
a la servidumbre. En un decir amén, atraparon a Don Antonio de Bengoechea, alto
dirigente de la gesta independentista. Capturado, después de propinarle senda
golpiza, dejándole inconciente. Luego lo condujeron en calidad de bulto hasta
las afueras de la ciudad y jamás se volvió a saber de su paradero.
La
familia había previsto este ataque por lo que escaparon por los terrenos de las
vecindades, excepto la niña mas pequeña, que se les había perdido en la escapada.
El mayordomo la encontró jugando con su muñeca de trapo en su cuarto y escurridizamente durante el incidente, trató
de sacarla por la vía de escape, pero no lo logró, por lo que para salvarle la
vida, la introdujo en la habitación principal y la logró encerrar en el ropero,
le indicó que no debería hacer el menor ruido, escondió en su bolsa la llave y
abandonó el lugar. Al salir a través de la cocina fue sorprendido por uno de
los soldados, que sin mediar palabra le disparó por la espalda, dándole muerte
en el patio posterior de la casa. .
Pasados
unos cuantos meses del incidente uno de los familiares dejado en libertad por
esos días, regresó a la casa, con el propósito de investigar el paradero de la
niña.
Este
personaje llegó hasta la vivienda, la que después del ataque había quedado destruida
y en total abandono, pese a esto saqueos y los destrozos que se habían
producido, muchos de los enseres estaban
allí abandonados, los muebles permanecían intactos, entre ellos el ropero que
permanecía arrinconado en el lugar, cubierto por telas de araña, restos de
polilla y cantidades de polvo.
Penetró
a la habitación y se dirigió hasta el antiguo y vetusto mueble cuyos espejos
permanecían intactos, con sus manos revisó la parte superior y en los lugares
aledaños en busca de la llave, sin encontrarla, intentó forzar la chapa de la
puerta, pero esta no cedió. Fue en búsqueda de alguna herramienta a la
habitación contigua.
La
oscuridad de la habitación, le daba un aspecto lúgubre al espacio, entonces se
dejó escuchar un rechinido en el piso de madera, unos golpes secos en el mueble
y la puerta se abrió como por arte de magia. Una sombra escapó desde su
interior dejando a su paso el penetrante olor a muerte.
El
sujeto terminó de abrir la puerta, y se sorprendió al ver que dentro del ropero
se encontraba, el hallazgo de cadáver
casi momificado del cuerpo de la niña, que permanecía acurrucado en su
interior, sobre su calavera permanecían sus canelones de pelo que caían sobre
el regazo del esqueleto que portaba su vestido rosado de encajes, raído por el paso
del tiempo, aun bajo uno de los huesos de su brazo, sostenía una muñeca de
trapo.
La
impresión fue grande, acompañado de sensaciones extrañas y escalofríos, colocó
un pañuelo sobre su nariz, para disimular la pestilencia que le hizo
retroceder, su primer intento fue tratar de salir de allí, pero se contuvo, se
agachó con el fin de hacer un mejor reconocimiento, pero el cadáver se dobló
sobre si mismo desintegrándose, por lo que optó por cerrar la puerta del
armario, no sin antes experimentar el paso de la silueta de la sombra que se
escurrió por la rendija. En el espejo se dibujó la imagen de la niña, con una
sonrisa, agradeciendo su liberación.
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